Theology

Este Domingo de Ramos, reflexiona sobre burros, no sobre ramas

Para su entrada en Jerusalén, Jesús escogió un símbolo de humildad, no de poder militar.

Christianity Today March 31, 2023
WikiMedia Commons / Edición por Christianity Today

Las iglesias cristianas de todo el mundo comienzan la semana más santa del año con lo que popularmente se conoce como Domingo de Ramos, el cual conmemora uno de los pocos eventos en la vida de Jesús registrados en cada uno de los cuatro Evangelios: su entrada en Jerusalén, seguida de una estridente y cálida bienvenida con muchas ramas ondeando (solo Juan 12:13 menciona que eran palmas). En Israel hoy en día, las iglesias aún recrean el viaje desde el Monte de los Olivos hasta Jerusalén, la ruta supuestamente tomada por Jesús hace tantos siglos.

Cuando era niño, incluso en el mundo poco litúrgico de la tradición bautista negra, recuerdo cómo recibía una rama de palma y marchaba obedientemente al santuario con una palma en una mano y mi ininteligible Biblia King James en la otra. Este año, el Domingo de Ramos, seré un adulto tratando de asegurarme de que mis hijos no usen las palmas como armas para hacer cosquillas y molestar a sus hermanos.

Mientras estudio esta historia en las Escrituras, me sorprende el hecho de que el símbolo principal de este día, es decir, la palma, no fue elegido por Jesús.

Juan escribe: «… tomaron ramas de palma y salieron a recibirlo…» (Juan 12:13). ¿Por qué la multitud eligió ramas de palma? Podría haber sido simplemente porque las palmeras estaban cerca. Pero la historia nos dice que podría haber una razón más profunda: esas plantas estaban vinculadas simbólicamente a las victorias militares y al Mesianismo.

Según uno de los textos deuterocanónicos, una generación antes de Jesús, cuando Simón Macabeo expulsó a los enemigos de Israel de Jerusalén, la gente celebró agitando ramas de palma:

«El día veintitrés del segundo mes del año ciento setenta y uno, entró Simón en la ciudadela entre cantos de alabanza, con palmas y al son de arpas, platillos y cítaras, con himnos y cantos, porque Israel se había visto libre de un terrible enemigo» (1 Macabeos 13:51, DHH).

El Testamento de Neftalí, otro libro escrito por judíos de ese período también analiza las ramas de palma en el contexto de la expectativa mesiánica [enlaces en inglés]. Entonces, cuando Jesús entró en Jerusalén, la gente usó las ramas de palma como una forma de interpretar su identidad. Él era otro Simón Macabeo, es decir, un rey largamente esperado que expulsaría a los gentiles.

Todos los evangelios son claros en que Jesús eligió un símbolo, una manera para que su pueblo le diera sentido a su reinado. Pero era el burrito, no la rama de palma (Juan 12:14). Juan ve correctamente el burro de la forma en que Jesús quería. Era el cumplimiento de Zacarías 9:9, que dice: «¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti, justo, Salvador y humilde. Viene montado en un asno en un pollino, cría de asna».

Jesús escogió un símbolo que enfatizaba la mansedumbre y la humildad, no la fuerza militar. Este hecho debe ayudarnos a entender cómo debemos celebrar y recordar su entrada a Jerusalén. Por supuesto, no sería práctico para todas las iglesias del mundo encontrar un burro y jalarlo dentro y fuera del santuario. Pero podemos usar el Domingo de Ramos para reflexionar sobre lo que significa seguir a un rey que rechazó el camino de la violencia.

Mientras centramos nuestra atención en el burro y no en la palma, ¿qué prácticas podría inspirarnos? ¿Qué aspectos de la cultura cristiana estadounidense podría criticar?

No estoy argumentando que todas las expresiones públicas del cristianismo deban ser pasivas y no asertivas. En la plaza pública, por ejemplo, me doy cuenta de que algunos cristianos «controlan el tono» de otros y se sienten incómodos con las demostraciones de emoción. Su objetivo es una fe reservada que nunca habla claramente sobre los males que acechan en los corazones de las personas o de la sociedad en general. Los cristianos pueden y deben usar palabras fuertes, especialmente cuando se relacionan con la injusticia estructural o la injusticia personal.

Por otro lado, he notado que algunos de nosotros nos hemos vuelto demasiado confiados en nuestro propio discernimiento. Estamos convencidos de que tenemos razón, y nuestros enemigos no solo están equivocados, sino que son malvados. Seguramente Jesús odia las cosas que nosotros odiamos, ¿no es así?

Seguramente, Él quiere establecer su gobierno a través de nosotros ahora mismo, y quiere hacerlo con un tuit furioso y un comentario feroz a la vez. Levantamos nuestras ramas de palma y levantamos nuestros gritos en apoyo del Jesús que hemos creado en nuestras mentes, no del Mesías crucificado cuyo gobierno está arraigado y cimentado en el amor. Él se ha convertido en un grito de guerra para nuestra agenda, no la suya.

Como escribe Russell Moore, «Jesús tiene razón al decir que este tipo de odio y violencia nunca conduce a donde pensamos que lo hará: a la derrota de todos nuestros enemigos y a la victoria de “nosotros”, quienquiera que seamos “nosotros”».

Hemos olvidado que el mundo es a la vez el objeto del afecto de Dios y un lugar que se encuentra en rebeldía contra su creador. La fidelidad cristiana implica mantener estas cosas en tensión. Hemos concedido tantas excepciones al mandato del amor que casi lo hemos vaciado de significado. Hemos acumulado la gracia de Dios para nosotros mismos, pero nos negamos a ofrecérsela a otros. Todos estamos gritando acerca de Jesús, pero no prestamos atención a sus propias palabras y acciones.

Para ser claro, no soy un aguafiestas. No tengo ningún deseo de arrebatar las palmas de las manos de niños felices, ni de poner fin a la larga tradición de procesiones e himnos que marcan este día. En cambio, espero que, durante las celebraciones de la Semana Santa, podamos reducir la velocidad de nuestras vidas lo suficiente como para pensar en los mensajes contradictorios del Domingo de Ramos.

La afirmación de Jesús acerca de que Él era el Mesías no se trataba simplemente de la meta de poner el gobierno de Dios sobre todas las cosas. Él y la multitud estuvieron de acuerdo en ese punto. Sin embargo, su vida y ministerio en la tierra también giraron en torno a los medios para lograr esa meta: a saber, el amor sacrificial. Jesús nos dio no solo el don del perdón que fluye a través de su Pasión y Resurrección, sino también un camino a seguir. De esa manera se necesita dar testimonio tanto en público como en privado.

Dicho de otra manera, me preocupa que, en nuestro deseo de derrotar a nuestros enemigos, estemos perdiendo las virtudes cristianas y el fruto del Espíritu.

Si nos esforzamos por establecer el gobierno de Dios colocando la autoafirmación sobre el cuidado del prójimo, el pragmatismo sobre los principios y la malicia sobre el amor, entonces, sin importar lo que logremos, ya no estaremos siguiendo el camino de Jesús. Dios escogió la mansedumbre, la integridad y el amor para reunir a su pueblo. Ese es el mensaje del Domingo de Ramos. A pesar de todos los gritos de aclamación, Jesús nunca perdió de vista la cruz.

Esta Semana Santa, pues, sigamos a Aquel que va montado sobre el burro, a fin de que nos recuerde de nuevo el camino de la vida eterna.

Esau McCaulley es profesor asociado de Nuevo Testamento en Wheaton College. Es teólogo residente en la Iglesia Bautista Progresista, una congregación históricamente negra en Chicago, y autor de las próximas memorias, How Far to the Promised Land: One Black Family's Story of Hope and Survival in the American South.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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