Lea Lucas 1:39–56
Pocas interrupciones en la vida son más disruptivas que viajar, especialmente con la fatiga y las náuseas matutinas que a menudo acompañan los comienzos de un embarazo. El viaje de María desde Nazaret hasta las colinas de Judea no fue fácil ni seguro. Aun así, alentada por su fe, pero también por su necesidad de apoyo, María se aventuró a emprender esta travesía embarazada, pobre y probablemente perpleja. ¿Por qué decidió ir en primer lugar?
Gabriel le había dicho a María que su pariente Elisabet también estaba esperando un hijo: un milagro para una mujer de avanzada edad. Como sabía que Elisabet sería la única persona sobre la tierra capaz de entender lo que ella estaba pasando, María fue a verla. Y cuando llegó, Elisabet le brindó exactamente la afirmación que María necesitaba: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el hijo que darás a luz!». Elisabet elogió a María por su respuesta de fe. Con estas palabras, me puedo imaginar cómo los miedos que María tenía con respecto a su inesperado embarazo y las consecuencias desconocidas para su vida empezaron a desvanecerse para dar paso a una fe aún mayor.
Las palabras de ánimo por parte de Elisabet le recordaron a María que la interrupción que el Señor hizo en sus planes también era una invitación, que consistía no solo en gestar y dar a luz a Emanuel, «Dios con nosotros», sino también en ser parte de una idea de comunidad más profunda, «nosotros con nosotros». Alentada por la bendición de Elisabet, María respondió con un canto de alabanza. Y reflexionó en esta invitación a la interdependencia en las palabras finales de su magníficat: «Acudió en ayuda de su siervo Israel y, cumpliendo su promesa a nuestros padres, mostró su misericordia a Abraham y a su descendencia para siempre». En su regocijo, María meditó sobre cómo el mismo Dios que «habló a nuestros padres» en tiempos de Abraham ahora le había hablado a ella y a Elisabet.
María creyó en «Dios con nosotros», y dijo que sí cuando Gabriel se le apareció. Pero su fe todavía necesitaba ser alimentada. La Encarnación representó una gran interrupción en la vida de María; por supuesto, fue maravillosa, pero también fue pesada. A ella le había ocurrido algo que nunca había ocurrido antes en la historia del mundo, y necesitó apoyo y ayuda para aceptarlo y prepararse para ello.
Así que acudió a la fiel Elisabet. Solo podemos imaginar lo fortalecedoras que fueron para María las palabras de bendición de Elisabet. De hecho, yo me atrevería a argumentar que no tendríamos el magníficat de María sin las palabras de ánimo de Elisabet.
Ese es el poder de la interdependencia, de la fe en comunidad. En nuestra sociedad individualista, a menudo es difícil abrirnos para ser bendecidos por los demás. Estamos condicionados para considerar las posibilidades de salir heridos más que la potencial ayuda de la comunidad. Pero la verdad es que, al igual que María, todos necesitamos palabras como las de Elisabet. La Encarnación es una interrupción y una invitación para conocer a «Dios con nosotros», y también para abrazar el «nosotros con nosotros».
Rasool Berry es el pastor de la iglesia The Bridge en Brooklyn, Nueva York. También es el presentador del pódcast Where Ya From?