Para aquellos que creemos ser salvos por la fe y a quienes nos importan los demás como un elemento fundamental de lo que creemos, sabemos que lo primero debe preceder a lo último; sin embargo, aun así es fácil dejar que las tareas y los deberes se conviertan en las estrellas que guían nuestro camino.
Con un perfil de personalidad 3 en el eneagrama, entiendo muy bien con qué facilidad la búsqueda del progreso y los logros hacen que olvidemos por qué siquiera estamos en el camino. El reto viene cuando permitimos que nuestro qué y nuestro cómo sustituyan nuestro porqué, y rápidamente podemos comenzar a sentir la carga de la presión por completar nuestra «lista de tareas».
Al hacerlo, descuidamos la profunda transformación del corazón que se necesita para atender el quebrantamiento y el sufrimiento presente en nuestros vecindarios, nuestras comunidades y la sociedad en general.
Este es el problema al que se enfrentan hoy en día los que trabajan en áreas de diversidad, igualdad e inclusión (en adelante DII). Por ejemplo, un artículo [enlaces en inglés] sobre liderazgo de Forbes presentó cuatro razones por las cuales los programas de DII fallan: todos ellos están centrados en las tareas. Sin embargo, como cristianos, sabemos que hay mucho más en esta cuestión.
La diversidad, la igualdad y la inclusión deberían importarnos porque son la realización de una verdad importantísima arraigada en lo profundo de la fe cristiana. La verdad es que, a pesar de nuestras diferencias, todos hemos sido hechos iguales a imagen y semejanza de Dios y, en última instancia, le pertenecemos a Dios y nos pertenecemos mutuamente. Este es el porqué detrás de todo lo que hacemos, el combustible que mantiene nuestros ministerios en movimiento.
Sin embargo, el enfoque no solo debería estar en la DII, sino en la diversidad, la igualdad y la pertenencia (DIP), donde la palabra «inclusión» se reemplaza por un sentido más integral de pertenencia, algo que yo creo que es el eje central sobre el cual deben girar la diversidad y la igualdad.
Creo que los cristianos están en la mejor posición para hacer avanzar iniciativas DIP y movimientos que sobrevivirán al paso del tiempo y servirán como testimonio ante el mundo. Pero no podremos hacerlo sino hasta que hayamos asumido las dos realidades centrales de por qué debemos ver y elevar las voces y las vidas de los que no son como nosotros.
Primero, pertenecemos a Dios
Durante varios años, la comunidad a la que pertenezco ha tenido que mirarse seriamente al espejo para comprender de qué modo estábamos transmitiendo un sentido de pertenencia a aquellos llamados a servir bajo nuestro estandarte. Nuestro objetivo es introducir a personas provenientes de muy diversos ámbitos de la vida y ayudarlos a crecer en su fe, de tal modo que sientan y sepan que pueden prosperar en su llamado individual.
Para ese fin, hemos buscado establecer el fundamento para lo que esperamos que sea un trabajo sostenible a la hora de elevar e incluir a quienes provienen de diferentes trasfondos y experiencias. Yo tengo una profunda convicción al hacer esto porque creo que las iniciativas DIP están en el centro mismo del evangelio.
La razón es sencilla: hacemos este trabajo porque Cristo murió para que cada uno de nosotros —sin importar nuestras diferencias— pudiéramos pertenecer de nuevo al reino de Dios. Las Escrituras no dicen que Cristo murió por algunos según cierta jerarquía (p. ej.: por los blancos más que por los no blancos, por los ricos más que por los pobres, por los hombres más que por las mujeres, etc.).
En su bondad, Dios nos ofrece a todos una pertenencia verdadera: una sensación familiar de comunidad y la comprensión de que pertenecemos a Él y nunca tendremos que estar solos. El corazón de nuestro deseo de asegurar que la gente sea vista y escuchada no es que sintamos la urgencia de unirnos al momento cultural, sino reflejar la verdadera naturaleza de un Dios que ama a todo el mundo y que, por lo tanto, ama la diversidad.
Dios quiere que confiemos en Él, que nos acerquemos a Él y que seamos parte de su familia. Somos sus hijos. Cuando Él puso su impronta sobre nosotros, estaba afirmando que le pertenecemos.
¿Cuántos de nosotros necesitamos escuchar ese mensaje hoy? ¿Cuántos en nuestro prójimo, gente de piel negra y marrón, mujeres, discapacitados, pobres y abandonados necesitan saber que le pertenecen a Alguien que, en vez de juzgarlos y burlarse de ellos por lo que son, por cómo se ven, o por lo que la sociedad piensa de ellos, busca en cambio abrazarlos en Cristo?
Dios sabe algo que nosotros no sabemos (¿en serio?): las diferencias que vemos en los demás —y que a veces despreciamos— son un recordatorio de lo extravagantemente intencional, creativo, hermoso, generoso y desprendido que es nuestro Dios. La semejanza no es una virtud en la economía de Dios. Por el contrario, la semejanza en realidad limita nuestra capacidad para ver y apreciar toda la magnitud de la belleza del mosaico de diversidad que es la creación de Dios.
En The Next Evangelicalism [El próximo evangelicalismo], Soong-Chan Rah escribe: «Aunque nuestro individualismo occidental centra nuestra atención en el reflejo de la imago Dei en el individuo, necesitamos ver la imagen de Dios expresada como un reflejo colectivo». Es solo en nuestra diversidad que manifestamos la totalidad de la belleza de la imagen de Dios.
¿Cuál es la conclusión? Los brazos abiertos de Dios en señal de bienvenida no tienen límites. Como cristianos, nosotros mismos hemos experimentado la pertenencia a Dios y, por lo tanto, debe ser nuestro deseo que todas las personas lo experimenten: de parte de Dios y de parte de las personas.
Segundo, nos pertenecemos unos a otros
Los lemas existen por una razón. Cuando la pandemia golpeó en 2020, ¿cuántos escuchamos la expresión «nueva normalidad» hasta que ya no aguantábamos más? Y, aun así, esa era la expresión que necesitábamos en ese momento. Hoy en día, un término que he escuchado mucho es «proximidad»: la importancia de la cercanía en el espacio, el tiempo o las relaciones.
Creo que, simplemente, nunca conseguiremos que las iniciativas DII salgan bien sino hasta que cultivemos una sensación de proximidad entre nosotros y aquellos que nos rodean: cerrando las brechas de entendimiento entre nuestras experiencias y las personas de diferentes trasfondos (p. ej. étnico, racial, económico, generacional, etc.).
Aun a riesgo de sonar controvertido, a veces me pregunto si los creyentes convertimos ciertos temas o ideas en monstruos sin cabeza solo porque estamos buscando una manera sencilla de deshacernos de las conversaciones difíciles y de las tensiones. ¿Cuántos de nosotros hemos visto cómo se termina una conversación en cuanto aparecen términos como «teoría crítica de la raza» o «progresismo»?
La verdad es que ciertos aspectos de la teología estadounidense occidental no han conseguido darnos las herramientas para aceptar la tensión y la incomodidad. Esto puede hacer que seamos tristemente incapaces de apoyarnos en la dura realidad que la búsqueda de pertenencia requiere que veamos e integremos. Es mucho más difícil para nosotros ahondar en nuestros puntos de conflicto y explorar juntos nuestras diferencias.
En su libro Think Again [Piensa de nuevo], el psicólogo Adam Grant explica que a menudo escuchamos los puntos de vista «que nos hacen sentir bien, en vez de ideas que nos hacen pensar más» y «favorecemos la comodidad de la convicción por encima de la incomodidad de la duda». Vaya.
La realidad del reino de Dios es que todos nos pertenecemos unos a otros y, por lo tanto, no podemos ignorar las conversaciones difíciles que buscan honrar la imago Dei en todos nosotros. Ocurre demasiado a menudo que nos vemos a nosotros mismos y a los demás solo como individuos. Pero la obra de Dios en nosotros también es algo colectivo y comunitario: Él nos ha colocado en el contexto de una familia en el cuerpo de Cristo.
Por esto es que pensar en términos de DIP importa: porque el hecho de que todos trabajemos y vivamos juntos es importante para Dios. Él nos ha creado para vivir en comunidad con los demás y así reflejar su imagen en este mundo.
Extiendo una invitación a que reflexionemos no solo en el qué y el cómo de la diversidad, la igualdad, la inclusión y la pertenencia, sino también en el porqué elevamos estos valores. Como cristianos, debemos comenzar nuestra búsqueda de iniciativas DIP mientras permanecemos firmes sobre el fundamento que Dios ya ha establecido para nosotros.
Somos un pueblo que le pertenece a Él, y a su vez nos pertenecemos unos a otros, y Dios desea que esto sea cierto para todas las personas, en todos los lugares. Las Buenas Nuevas consisten en que Dios nos invita a participar en ayudar a que los que nos rodean experimenten esta verdad y descubran que también ellos pertenecen a su reino.
Arthur L. Satterwhite III es el vicepresidente de diversidad, pertenencia y estrategia de Young Life.
Speaking Out es una columna de opinión para invitados de Christianity Today y (a diferencia de un editorial) no necesariamente representa la opinión de la publicación.
Traducción por Noa Alarcón.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.