Esta es una traducción del artículo publicado originalmente en inglés en mayo de 2009.
¿Deberían los médicos prescribir oración como parte del tratamiento? Según un estudio realizado con 1134 médicos en diciembre de 2008 por Health Care Direct Research, la mayoría de los doctores (el 70 por ciento) cree que los milagros son posibles hoy. Aun así, menos del 29 por ciento cree que los resultados de los tratamientos médicos estén relacionados con «fuerzas sobrenaturales» o «acciones de Dios».
Los estudios sobre la oración en medicina tienen un modo de delimitar la línea de batalla entre los santos y los escépticos: los cristianos anhelan una prueba científica de la eficacia de la oración. Los críticos, esperando lo contrario, esperan socavar la fe religiosa. Para bien o mal, hemos visto muchos intentos de medir los efectos sanadores de la oración intercesora. Los primeros estudios conocidos se publicaron en 1873 por el polímata inglés Francis Galton. Él no encontró evidencias estadísticas de que la oración prolongara la vida o redujera las muertes en recién nacidos (aunque sus descubrimientos hoy no cumplirían con los criterios de un estudio prospectivo controlado).
Más recientemente, varios experimentos sobre la oración han captado la atención de los evangélicos, quienes están ansiosos por demostrar una conexión positiva entre la fe y la ciencia. Uno de los que generó un interés particular fue el estudio de Randolph Byrd de 1988, que observó a 393 pacientes ingresados en la unidad de cuidados coronarios del Hospital General de San Francisco. Por la mitad de los pacientes oraron «cristianos nacidos de nuevo que tenían una oración devocional diaria y comunión cristiana activa en una iglesia local». La otra mitad sirvió como grupo de control (nadie oró por ellos). En este estudio, el grupo de personas por las que se oró claramente obtuvo mejores resultados que el grupo de control.
No obstante, el informe que Byrd publicó recibió críticas desde diferentes frentes, incluyendo que tal vez no intencionalmente no se trató de un estudio a ciegas (por ejemplo, el asistente de investigación que sabía qué pacientes recibían las oraciones también recopiló los datos clínicos) y variables de resultado no independientes. Lo último implicaba la observación de que la mayoría de las 6 de 29 variables en las cuales el grupo por el que se oró obtuvo mejores resultados probablemente estaban relacionadas entre sí (lo cual quiere decir que las seis variables podían haberse influido entre sí).
El efecto de este y otros problemas metodológicos ha servido para hacer que el trabajo de Byrd se considere demasiado turbio como para servir como evidencia de la actividad directa de Dios en la sanación. Estas controversias han sido parte del proceso cuando se ha tratado de experimentos sobre la oración: muy pocos pacientes, objetos o investigadores no ciegos; resultados de medidas inválidos; métodos estadísticos inapropiados; aleatoriedad de los problemas; y sospecha de fraude total.
Un estudio celebrado
En 2006, sin embargo, se hicieron públicos los resultados de un estudio de referencia cuidadosamente diseñado para poner fin al debate. El estudio recibió algo de atención en su momento, pero parece ser que escapó del radar de muchos cristianos, probablemente debido a sus sorprendentes —y, para los cristianos, perturbadoras— conclusiones. El Estudio de los efectos terapéuticos de la oración intercesora (STEP, por sus siglas en inglés), dirigido bajo el auspicio de la Facultad de Medicina de Harvard, ha sido por mucho el más completo de su clase. El estudio requirió diez años, 2.4 millones de dólares, y en buena medida fue garantizado por la Fundación John Templeton, defensora de estudios que exploran la intersección entre la religión y la ciencia.
El STEP era simple y elegante, y se ajustaba a las normas estandarizadas y a los protocolos de investigación: 1802 pacientes, todos ingresados por una cirugía de injerto de baipás en la arteria coronaria, divididos en tres grupos al azar. Dos de los grupos recibían oración de cristianos comprometidos con experiencia a la hora de orar por los enfermos. Pero solo los miembros de uno de los grupos sabían que se estaba orando por ellos. El resultado: el grupo cuyos miembros sabían que se estaba orando por ellos tuvo peores resultados en términos de complicaciones postoperatorias que aquellos que no estaban seguros de si se estaba orando o no por ellos. El conocimiento de que un grupo especial de intercesores estaba orando por ellos parecía tener un efecto negativo en su salud.
También se comparó a los dos grupos que no estaban seguros de si se estaba orando por ellos. Uno de los grupos sí recibía oraciones, mientras que el otro no lo sabía. En esta ocasión, el grupo por el que se había orado experimentó más complicaciones graves que el grupo sin oración adicional. En otras palabras, el estudio parecía mostrar que la oración —al menos la oración de los extraños— puede que fuera mala para la salud de una persona. Los resultados fueron decepcionantes para aquellos que esperaban ver los efectos positivos de una oración intercesora adicional. (Puede que los resultados también resultaran sorprendentes para los escépticos que no esperaban ningún efecto en absoluto).
Muchos han cuestionado la validez del estudio, incluso los mismos autores, a quienes les preocupaba que «…ser conscientes de las oraciones de los extraños… quizá les causara a algunos pacientes una especie de ansiedad de desempeño. Puede que los hiciera sentir inseguros, preguntándose: ¿estoy tan enfermo que han tenido que llamar a su grupo de oración?». Las respuestas de los evangélicos han incluido la observación de que muchos de los pacientes, después de todo, o estaban orando por sí mismos o tenían amigos y familiares orando por ellos (el 96 por ciento informó de que había habido otras personas orando por ellos). Esta realidad podría haber socavado cualquier efecto de las oraciones adicionales. Otros cristianos aseguran que las investigaciones sobre la oración intercesora son problemáticas, dados los varios ejemplos del Nuevo Testamento de curaciones físicas a través de las oraciones directas y en persona, un escenario que sería imposible de probar en un estudio doble ciego. Una tercera respuesta ha sido, somo dijo un capellán de hospital de alto perfil: «No se puede someter a Dios a investigaciones científicas».
C. S. Lewis anticipó un estudio sobre la oración cuidadosamente diseñado, pero no pensaba que mostraría ningún «resultado» positivo o medible. «El problema es que no veo cómo podría llevarse a cabo cualquier oración real bajo tales condiciones», dijo Lewis. «Decir oraciones sin más no es orar; de otro modo, un equipo de loros adecuadamente entrenados para orar serviría tanto como los hombres para nuestro experimento». Él defendía que este enfoque hacia la oración la trata «como si fuera algo mágico, o una máquina; algo que funciona automáticamente»… una acusación dirigida sin querer y de manera profética al STEP y a otros bienintencionados intentos de medir los efectos de la oración. Si Lewis tiene razón, estos intentos siempre terminarían intentando medir algo más parecido a la magia que a un movimiento real de Dios.
Irónicamente, el STEP realmente apoya la cosmovisión cristiana. Nuestras oraciones no se parecen en nada a encantamientos mágicos. Nuestro Dios no tiene parecido alguno con una máquina expendedora. El verdadero escándalo del estudio no es que el grupo por el que se oró obtuvo peores resultados, sino que el grupo por el que no se oró recibió la misma bendición de Dios, si no más. En otras palabras, parece que Dios garantizó el favor sin importar la cantidad o siquiera la calidad de las oraciones. Por instinto, puede que egoístamente prefiriéramos que Dios diera un tratamiento preferente a aquellos por los que se ora de manera especial, deliberada y correcta, pero parece ser que él actúa de otra manera.
Fiel a su carácter, Dios parece inclinarse a sanar y bendecir a tantos como sea posible. Es como si apenas pudiera evitar —aunque a menudo lo hace— intervenir de forma sobrenatural e interrumpir la naturaleza del universo para cuidar de aquellos que ama, ya sea que lo reconozcan a Él o no. ¿Respondió Dios a las oraciones de los grupos de oración oficiales del estudio? Sí. Más que eso, respondió a las oraciones de los pacientes, de sus amigos y familiares, y quizá incluso a las de aquellos que no sabían que estaban orando.
¿Por qué orar?
Si esto es cierto acerca de Dios, entonces se nos presenta una pregunta molesta: «¿Por qué poner tanto esfuerzo en orar si Dios ya es generoso?». Es otra manera de hacernos la pregunta que de verdad no nos queremos hacer: «¿Cuál es el mínimo requerido para que mis oraciones sean respondidas?». Estas cuestiones plantean la debilidad de nuestro deseo modernista de saber si la oración «funciona». Al descubrir que Dios, de hecho, está respondiendo constantemente oraciones, trastabillamos con la realidad, más profunda y perturbadora, de que sus oraciones a menudo no nos dan el dónde, el cuándo o el cómo que buscábamos originalmente.
Las Escrituras atestiguan esta realidad. Dios, por ejemplo, respondió las oraciones de Israel para librarlos de la mano del Faraón, pero su respuesta —cuando finalmente llegó— fue inesperada, impredecible y todo menos modesta (como pudo atestiguar una generación que fue dejada en el desierto). Su respuesta a las oraciones de liberación de parte de Israel de manos del césar resultó ser aún más inesperada y, para muchos, simplemente inaceptable. Por lo tanto, no es sorprendente que Jesús nos enseñara a orar: «Hágase tu voluntad», como Él mismo oro de camino a Getsemaní. En todo esto descubrimos que nuestra obsesión por saber si la oración funciona es la pregunta incorrecta. Sabemos que la oración funciona. La pregunta real es si estamos preparados para la respuesta de Dios.
No es de extrañar que aquellos que estaban preparados para la respuesta de Dios a la petición de Israel de un Mesías fueran aquellos que oraban. La profetisa Ana, que pasó gran parte de su vida adorando en el templo, fue una de las primeras en reconocerlo. Lidia, que vio la verdad del evangelio y abrió la puerta de Filipos, estaba en el lugar adecuado en el momento justo, porque estaba orando. Por lo tanto, no oramos solo para que Dios responda a nuestras oraciones. También oramos para poder reconocer y recibir la respuesta de Dios, para saber cómo responder y, quizá, para ver a Dios mismo.
Muchos médicos creen en los milagros, y en la realidad de la causa-efecto de sus trabajos. Los milagros suceden, pero suceden para todos, porque todos son amados por Dios, ya sea que estén o no en rebelión. Lo que les queda por hacer a los médicos, y a nosotros, es saber cómo responderemos. Deberíamos ser sabios para evitar las afirmaciones mágicas o mecánicas acerca del evangelio. El STEP nos anima a creer que Dios está dispuesto a responder nuestras oraciones sin importarle casi nada nuestras credenciales en la oración y, a veces, ni siquiera nuestra ortodoxia. Esto debería darnos confianza para actuar, creer y trabajar junto al buen y generoso Rey, que nos llama a hacer avanzar su reino, a traer sanidad al mundo, y a orar.
Gregory Fung estudió bioquímica en Harvard y actualmente es el director de división de InterVarsity Christian Fellowship. Christopher Fung es patólogo y miembro de LaSalle Street Church, en Chicago. Son padre e hijo, respectivamente.
Traducción por Noa Alarcón.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.