Comino. Cilantro. Canela. Cardamomo. Chai. Chile. Los colores y los olores embelesaban mis sentidos mientras nuestros invitados atravesaban la puerta, trayendo a nuestro hogar francés mucho más que comida para compartir. Los habíamos invitado para un viaje culinario de lo más inusual, pidiéndole a cada invitado que trajera su platillo de comida casera favorito, para compartirlo en un banquete que se extendería por largas horas.
El festín llegó envuelto en todas las formas y colores de cerámica, hierro fundido, cristal y mimbre, pero ninguna vasija podía encerrar los aromas que se entretejían valientemente en el aire a nuestro alrededor como indicios de nuevos descubrimientos que esperaban ser probados.
La mesa estaba dispuesta y los alimentos al descubierto: tabulé libanés, chapati indio, mezze griego, paella española, curri tailandés, kimchi coreano, carne brasileña, pato confitado francés, tarta de queso al estilo Nueva York y tiramisú italiano. Yo incluso horneé cruasanes franceses para la ocasión.
Nos sentamos alrededor de mi mantel informal a cuadros rojos y blancos con platos blancos de porcelana. Las flores del jardín que cortó mi marido añadían un festivo je ne sais quoi, símbolo del ambiente que disfrutaríamos durante las siguientes horas. Uno a uno, nuestros invitados presentaron sus ofrendas de amor, relatando historias personales y recuerdos favoritos, invitándonos a experimentar su cultura a través de nuestros cinco sentidos. El sabor de cada delicioso bocado era igualado únicamente por la extravagancia de las presentaciones y texturas, el placer de las risas suaves entremezcladas con la conversación ligera y la indescriptible fragancia de este menú excepcional. Durante un día entero nuestro hogar se convirtió en una cuna de culturas culinarias.
Stéphanie Rousselle
Observar a mis invitados interactuar con los inusuales manjares fue enriquecedor. Aunque algunos mantuvieron convenientemente cerca el tazón de patatas fritas con sal y pimienta, los más atrevidos descubrieron nuevas experiencias para sus papilas gustativas.
Observar a mis amigos cenar me inspiró y me llevó a preguntarme: ¿Qué sabores todavía no he encontrado que mejorarán mi viaje espiritual? ¿Me acerco a la Biblia esperando una explosión de novedades deliciosamente especiadas, o me satisfago con las mismas patatas fritas insípidas de siempre? ¿Miro a la iglesia universal a lo largo del tiempo y el espacio a fin de enriquecer mi experiencia de intimidad con mi precioso Señor, o me apego a lo que ya conozco?
Soy francesa, lo que significa que estoy culturalmente predispuesta a amar la buena comida. También antes era una atea devota, lo cual significa que mi pasión y gratitud hacia Jesús le dan sabor a mi vida a cada instante. Y debido a que he vivido en tres continentes, en cuatro países, y he tenido seis profesiones diferentes, he aprendido a descifrar lenguajes y tradiciones para saborear la belleza cultural que me rodea.
Ahora, como francesa que vive en los Estados Unidos, sigo viviendo y ministrando interculturalmente. Esta experiencia global única me ha enseñado a acercarme a las Escrituras con la misma lente que me acerco al lenguaje, la comida, la cultura y las especias: he aprendido a acampar en la intersección de la cultura y la Escritura. Dios me desafió hace casi treinta años, cuando era una atea muy convencida, a que me atreviera a «probar y ver que Él es bueno». Desde entonces he saboreado que Dios es como el chocolate amargo: tan adictivo como bueno para ti.
El Señor se reveló a mí por medio de las Escrituras y me mostró que Él es un conocedor de la cultura: tomó ese versículo relacionado con la comida («prueben y vean», Salmo 34:8) para desafiarme de un modo que mi corazón pudiera comprender.
Me encanta la palabra francesa para deleite: es la palabra délice. En francés solamente tenemos una palabra que significa tanto deleite como delicia. La belleza poética no se te puede escapar: en francés, Dios es al mismo tiempo un deleite y una delicia. Hablando en términos espirituales, cuando tratamos hacer la gloria de Dios nuestro deleite, también intentamos saborear su bondad. Por eso mi frase favorita es «Dios es nuestra gloria y délice».
Los franceses somos famosos por nuestra pasión por todo lo que sea hedonista y yo seré la primera en admitirlo: sin Cristo, hemos llevado las cosas por el mal camino. Pero permítanme que redima una minucia que es muy preciada para mi corazón francés: nuestra definición de lujo. En Estados Unidos, el lujo se puede definir por la abundancia o la calidad de aquello que se posee; en Francia nos gusta pensar en el lujo como «un festín para los cinco sentidos». Cuando tus cinco sentidos están implicados en una experiencia, ese momento es lujoso. Piensa en el primer mordisco a un cruasán de mantequilla tibio y crujiente: el olfato, la vista, el tacto, el gusto e incluso el oído están implicados. Eso es lujo.
El lujo espiritual es estar tan inmersos en nuestra relación con Dios que los cinco sentidos se vean involucrados. Es deleitarnos en Dios con todo nuestro corazón, mente, alma, fuerza y espíritu. Es tener más sed de Él que el ciervo que brama por las aguas o el niño que busca el abrazo de su madre. Dios les dijo a Jeremías y a Ezequiel que su Palabra es como la miel; me gustaría sugerir que también es como un cruasán francés.
El cruasán es parte de nuestra rutina diaria en Francia, y me atrevería a decir que ningún lujo culinario está completo sin uno de ellos. Necesariamente acompaña mi café de la mañana —solo, sin azúcar— mientras tengo mi reunión matutina con Dios antes de que el sol se levante. Para mí, el lujo espiritual diario sabe a un buen café tostado francés.
Desde el café de la mañana en adelante, planeo mi día intencionadamente para que permanezca libre de insípidas monotonías y para que, por el contrario, integre un cambio creativo. Aplico la misma diversidad a mi rutina espiritual, sacando cosas del especiero de las disciplinas espirituales tradicionales para que contrarresten la ranciedad que todos tememos. Nuestro especiero espiritual ofrece tal variedad que nunca deberíamos experimentar insipidez mientras buscamos cómo poner en práctica nuestra fe: memorización de las Escrituras, oración, estudio bíblico, escribir nuestras oraciones, actos de servicio, ayuno, alabanza, cantar, leer a autores inspiradores tanto del pasado como del presente. Las opciones sobreabundan.
Al igual que los variados componentes de aquella cena compartida, estos tarros de especias proporcionan diferentes texturas y sabores que cautivarán y desafiarán nuestra mente y nuestro corazón, invitándonos al lujo espiritual y cautivando la atención de nuestros cinco sentidos espirituales. Ellos nos enseñarán a amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, mente, alma, fuerza y espíritu.
Hay un elemento final del lujo espiritual que me lleva cada día aún más adentro del salón del trono con asombro y adoración: en Cristo, el éxito está garantizado. En otras palabras, cuando decido hacer de la gloria de Dios mi delicia diaria, me alineo con la voluntad de Dios para mí y, por lo tanto, me siento preparada para una vida satisfactoria, gratificante, deleitosa y exitosa. De la misma forma en que los invitados a mi cena no podían esperar nada más que éxito en sus presentaciones culinarias porque lo que estaban exponiendo era su propia identidad, deleitarse en Dios es el camino hacia —y el resultado de— una identidad bien cimentada en Él. Esta es la especia de la vida y el lujo espiritual definitivo.
No puedo comunicarle adecuadamente al lector cuán incomparable que es un cruasán francés recién hecho sin darle uno para que lo pruebe. Del mismo modo, no podemos comprender lo que significa estar en asombro absoluto frente a Dios solo tratando de describirlo: es necesario experimentarlo.
Como hija de Dios, he sido creada para deleitarme en su gloria cada día: ese es el máximo lujo espiritual y la definición verdadera del éxito. La experiencia será diferente para cada uno de nosotros, porque Dios es demasiado creativo como para hacer las cosas dos veces de la misma manera. Como a mi hija adolescente le gusta recordarme: los originales valen mucho más que las copias.
Y, en ese sentido, nuestra cena multicultural proveyó una probada del lujo espiritual eterno. Cada contribución fue realmente única en su tipo y juntas apuntaban hacia una realidad mayor que cada una de las partes: mucho más grande que lo que cada especia y sabor individual podrían haber conseguido jamás. Mientras entablamos conexiones alrededor de los sabores, los olores, las texturas, la contemplación y la risa, disfrutamos el compañerismo que cada lengua, tribu y nación pronto experimentarán en la eternidad. Deleitarnos en la gloria de Dios es el deseo más profundo del corazón humano y el banquete más satisfactorio que podremos disfrutar. Así pues, tomen una silla y únanse al banquete. Los esperamos.
Traducción por Noa Alarcón.
Edición en español por Livia Giselle Seidel.