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La conversión religiosa es increíblemente personal. Pero también invita al escrutinio público.

Tal como lo ilustra un nuevo libro sobre conversiones de alto perfil, aquellos que descubren la fe, o cambian a una distinta, no pueden optar por pasar desapercibidos.

Christianity Today February 8, 2022
Illustration by Mallory Rentsch / Source Images: Therese Westby / Sincerely Media / Unsplash

Cuando era niño, en una ocasión nuestra iglesia organizó un coro de niños para un evento especial. No me gustaba estar frente al público y que todos me miraran, así que, a pesar de que todos mis hermanos eran parte del coro, pedí permiso para no participar.

Cuando llegó el día especial, todos los niños de la iglesia se levantaron y subieron al escenario. Todos se dieron la vuelta. Y me miraron directamente. Yo era el único que no estaba en el coro y tal parecía que yo también tenía un reflector apuntando a mi rostro.

No pude evitar pensar en ese recuerdo mientras leía el nuevo y fascinante libro de Rebecca L. Davis, Public Confessions: The Religious Conversions That Changed American Politics [Confesiones públicas: Las conversiones religiosas que cambiaron la política estadounidense]. Ella cuenta las historias de personas que encontraron la fe, cambiaron de fe y pasaron por el proceso increíblemente personal de experimentar algo trascendente y declararse diferentes.

Una y otra vez, los estadounidenses convertidos en su narración descubren lo que yo descubrí el día del coro de niños: no puedes optar por pasar desapercibido. Incluso las decisiones personales son, en parte, públicas. Esto es especialmente cierto cuando el acto individual va en contra del público y en dirección opuesta a la multitud.

Límites a la reinvención

Davis muestra que, durante la Guerra Fría, una serie de conversiones notables provocaron una controversia pública feroz, incluso frenética. En el proceso, escribe, «las afirmaciones de la autenticidad religiosa» se trasladaron «al centro de los debates políticos en los Estados Unidos». Cuando celebridades menores y mayores, incluidos escritores, artistas, atletas y políticos, pasaron por transformaciones religiosas, «sus historias fueron expuestas en el escenario de la imaginación pública», lo que planteó preguntas «sobre si y cómo los diferentes tipos de fe anclaron o socavaron las libertades estadounidenses».

Las conversiones pusieron a prueba la idea que tiene Estados Unidos de sí mismo. Si bien es cierto que una parte central del sueño americano siempre ha incluido la posibilidad de reinventarse y la libertad de diseñar la vida propia de una manera que parezca significativa, la realidad, sin embargo, conlleva algunos límites.

Los inmigrantes que llegaron por Ellis Island gozaron de la libertad de elegir un nuevo nombre. Sin embargo, en la mayoría de los casos, sus nombres fueron «editados» para adaptarse mejor a las expectativas culturales de una sociedad predominantemente angloparlante. Generaciones de padres estadounidenses les han dicho a sus hijos: «algún día podrías llegar a ser presidente». Sin embargo, la dura verdad es que la mayoría de esos niños no llegaron siquiera a las asambleas electorales de Iowa. Y en un país donde la libertad de religión está garantizada por la Primera Enmienda, todos podemos profesar nuestro credo preferido. La identidad religiosa que usted elija, sin embargo, nunca es solo un asunto privado entre Dios y usted.

Davis no dice cómo los límites de las posibilidades culturales de conversión han dado forma a Estados Unidos. Para eso, sin embargo, uno puede recurrir al destacado libro de Lincoln Mullen de 2017, The Chance of Salvation: A History of Conversion in America [La oportunidad de salvación: Una historia de la conversión en los Estados Unidos].

Davis tampoco explica realmente el alcance de Public Confessions y por qué las conversiones que ocurrieron entre 1940 y 1970 deberían verse como más interesantes que las ocurridas en otros momentos de la historia. No es que no haya conversiones controvertidas hoy: considere las declaraciones del tramposo político Roger Stone en las que afirma que ha nacido de nuevo [enlaces en inglés]; la declaración del rapero Kendrick Lamar de «ser israelita»; o el niño de los suburbios de Pensilvania que se convirtió al islam y luego se unió a ISIS. El libro también podría haber mirado más atrás y encontrado muchas conversiones interesantes a explorar. No hay nada malo en analizar solo cuatro décadas, pero el lector merece alguna explicación acerca de por qué se eligió ese enfoque.

La debilidad más seria de Public Confessions, sin embargo, es que tiene un subtítulo engañoso. Este, de hecho, no es un libro sobre The Religious Conversions That Changed American Politics (las conversiones religiosas que cambiaron la política estadounidense). No hay una narración del antes y el después, ningún relato de cómo la política fue de un modo y luego de otro. Sea quien sea el editor o publicista que eligió este subtítulo realmente no le hizo un favor a Davis. Ella no está especialmente interesada en el cambio político —y lo que a ella le interesa es aún más interesante—.

Creencia creíble

Public Confessions se centra en la forma en que se debatieron estas conversiones de celebridades y cómo los estadounidenses evaluaron la autenticidad de esa fe recién descubierta. La pregunta que surge constantemente en el libro es cuándo y por qué una nueva creencia se considera creíble.

La historia que cuenta la conversión de Sammy Davis Jr. al judaísmo es un ejemplo perfecto. Me pareció absolutamente inquietante.

Davis fue un actor de raza negra que pasó su vida en la industria del entretenimiento; comenzó en el vodevil a los tres años y actuó en su primera película a los seis. Como adulto, se dio a conocer como una estrella de club nocturno que podía cantar, bailar e imitar a Louis Armstrong y Humphrey Bogart con la misma habilidad. La fama, sin embargo, lo dejó sintiéndose vacío. En 1954 intentó suicidarse saliéndose de una carretera mientras conducía. Durante su recuperación en un hospital de Los Ángeles, un amigo le dio un medallón que tenía una estrella de David judía en uno de los lados. La asió con tanta fuerza que cortó la palma de su mano, dejándole una cicatriz.

La experiencia llevó a Davis a explorar el judaísmo y se convirtió formalmente seis años después. Tal como él lo interpretó, se trató, más que de una transformación, de un regreso a casa. Sintió que, en cierto modo, siempre había sido judío y que había descubierto su «verdadero yo» en las tradiciones y prácticas que siguen los judíos para conectarse con Dios.

La mayoría de la gente no le creyó; encontraban todo muy dudoso. Algunos dijeron que solo estaba tratando de engañar a los jefes judíos en la industria del entretenimiento (mezclando un poco de antisemitismo con denigración en contra de Davis), mientras que otros lo acusaron de traicionar su identidad negra.

«Las razones que dio no suman nada», escribió una persona en la revista Ebony. «Creo que lo que realmente está tratando de hacer es dejar de ser un negro».

Los amigos de Davis en el entretenimiento pensaron que su conversión era una broma y trataron la combinación de su raza y su fe como un chiste. Uno dijo que quería darle un regalo de Navidad a Davis, «pero ¿qué puedes darle a un tipo que lo es todo?» Otro dijo que, en Alabama, «no sabrían qué quemar sobre el césped» [Lea más sobre la quema de cruces aquí].

Si Davis tenía algún sentimiento de alienación antes, su conversión solo lo intensificó. Se aferró a su fe y por eso fue maltratado y menospreciado por todos lados.

Sin embargo, los estadounidenses aceptaron bien a otros conversos judíos. Como explica Davis, la autora del libro, las actrices Marilyn Monroe y Elizabeth Taylor se convirtieron en la década de 1950 cuando estaban en el proceso de casarse con hombres judíos, y todos actuaron como si eso fuera lo más natural del mundo. No hubo preguntas, ni bromas maliciosas.

Yo podría argumentar que cada converso debe ser tratado con credulidad, si no por cortesía, al menos porque es difícil saber si las afirmaciones de fe de alguien son realmente sinceras. Si yo hubiera sido uno de los primeros seguidores de Jesús, ¿habría visto la traición en el corazón de Judas? ¿O la de Pedro? ¿Y habría tenido el discernimiento para ver cómo esas dos historias terminarían de manera tan diferente? No lo creo.

Pero Davis argumenta que a veces se requiere escepticismo. Los evangélicos —Davis menciona Christianity Today en particular— han aceptado históricamente algunas historias bastante dudosas de transformación e incluso las han promovido con entusiasmo sin demostrar preocupación alguna sobre si las historias eran ciertas.

Los cristianos se apoderaron con entusiasmo de Child of Satan, Child of God [Hija de Satanás, Hija de Dios], un libro de memorias de la asesina convertida Susan Atkins. Al parecer, no presentaron ninguna pregunta sobre si la mujer que cayó bajo el dominio del líder de secta Charles Manson y se embarcó en una serie de asesinatos bajo la influencia de las drogas en el sur de California —en un intento de provocar una guerra racial apocalíptica— podría haber usado una historia de conversión para manipular la opinión pública.

El pornógrafo Larry Flynt, de manera similar, profesó haber nacido de nuevo mientras enfrentaba cargos por obscenidad. Su conversión le ganó algunos amigos evangélicos de alto perfil que instaron a las personas a no ser cínicas acerca de la nueva fe que él había hallado. Cuando Flynt le dijo al New York Times que, por supuesto que continuaría produciendo pornografía, un evangelista rechazó las críticas con la excusa de que «se trataba tan solo de un bebé cristiano».

Todo el mundo está mirando

Como historiadora, Davis no presenta una explicación acerca de cómo conseguir la cantidad adecuada de escepticismo o la forma correcta de ser crédulo. En cambio, se propone a sí misma la tarea de describir cómo las personas han creído o no las confesiones de conversión, y las estrategias que usaron para «distinguir el artificio de la realidad». Estas conversiones, honestas o no, «provocaron conversaciones nacionales sobre qué elementos de identidad podría elegir una persona y cuáles no, o al menos no podría elegir de manera creíble».

El punto, tal como lo interpreto, es notar cómo las conversiones siempre son parcialmente públicas. Y cómo las afirmaciones de fe (y especialmente de cambio de creencias) son siempre en parte provocativas. Public Confessions ofrece a los lectores amplias oportunidades para preguntarse en quién creen y por qué, así como qué podría hacer que sus propias profesiones de fe sean creíbles para un mundo que observa.

Recuerdo que después de ese coro especial de niños, otro niño de la iglesia que también se llamaba Daniel se acercó y me preguntó por qué no había cantado. Le dije que simplemente no quería. Casi gritó: «¡No sabía que se podía hacer eso!».

La historia de Public Confessions sugiere que esa no es una respuesta poco común a la conversión. Si yo creo que Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, y que por eso debo amar a mis enemigos, practicar la resurrección constantemente y aferrarme a mi fe en que la verdad nos hará libres, debo aceptar también que todos están mirándome.

Daniel Silliman es editor de noticias de Christianity Today. Es autor de Reading Evangelicals: How Christian Fiction Shaped a Culture and a Faith.

Traducción por Sergio Salazar.

Edición en español por Livia Giselle Seidel.

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