Una inyección que no vale la pena: Por qué algunos cristianos rechazan las vacunas por motivos morales

El uso de líneas celulares fetales que datan de la década de 1960 es otro punto de fricción en el debate sobre las vacunas.

Christianity Today December 14, 2021
Illustration by Rick Szuecs / Source images: Envato

Este artículo es una adaptación del artículo publicado originalmente en inglés en abril de 2019.

Para algunos cristianos, la decisión de vacunarse o no se reduce a los orígenes de las propias vacunas. Algunos padres provida citan una repulsión moral y un profundo lamento por el uso de líneas de células fetales abortadas hace 58 años en el desarrollo de varias inmunizaciones, incluyendo la triple vírica (sarampión, paperas y rubeola) y la vacuna contra la varicela.

«El hecho de que se utilicen células fetales en el estudio y la creación de vacunas es una de las principales razones por las que decidimos no usarlas», dijo Mandy Reynvaan, madre de cinco hijos en el estado de Oregón, donde se produjo un brote de sarampión en 2019. «Los métodos utilizados para obtener estas células son espantosos».

En 2019, Reynvaan viajó a la capital del estado para presionar contra un proyecto de ley que amenazaba con eliminar el derecho de los padres a rechazar las vacunas para sus hijos en edad escolar, a menos que hubiera una razón médica. De haberse aprobado, en ese momento Oregón se habría convertido en el cuarto estado de los EE.UU. en eliminar las exenciones no médicas.

En los últimos años, siempre que se incrementa el número de casos de personas infectadas con enfermedades que podrían prevenirse por medio de vacunas, las legislaturas de varios estados de los EE. UU. reciben propuestas de ley que buscan implementar esquemas de vacunación más rígidos a fin de reducir el número de contagios, pero que a su vez restringirían los derechos de los padres y la libertad religiosa de las familias que deciden no usar vacunas debido a sus convicciones religiosas.

Para el 2019, el sarampión había experimentado un aumento del 30% en todo el mundo, algo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) atribuyó a las dudas que han surgido sobre las vacunas en países que prácticamente ya habían eliminado la enfermedad.

Los cristianos que se niegan a recibir vacunas forman parte de una tendencia más amplia, ya que los padres más jóvenes son, en términos generales, más propensos que las generaciones anteriores a creer que los beneficios de las mismas no valen la pena el riesgo que conllevan. Solo el 78 % de los jóvenes de 30 a 49 años apoyan la exigencia de la vacuna triple vírica para los niños en edad escolar, en comparación con el 90 % de los mayores de 65 años, según un estudio llevado a cabo por el Pew Research Center en 2017 [todos los enlaces de este artículo redirigen a contenidos en inglés].

Aunque muchos evangélicos —tanto los que están a favor de las vacunas como los que están en contra— consideran que su fe es compatible con la ciencia, los interrogantes que plantean respecto a las inmunizaciones coinciden en cierta desconfianza en torno a la industria médica y la autoridad humana.

En general, la confianza de los estadounidenses en la comunidad médica ha caído del 60 % al 37 % desde los años 70. Menos del 50 % de los adultos no creen que los científicos entiendan del todo la vacuna triple vírica, según reportó la Encuesta Social General, a pesar del consenso científico a favor del uso de las vacunas. Aquellos que confían en el Espíritu Santo y en las Escrituras pueden ser cautelosos a la hora de aceptar la autoridad y la experiencia seculares, según ha señalado BioLogos, lo que podría influir en su opinión sobre los hallazgos científicos en temas como la seguridad de las vacunas. Pew Research descubrió que los protestantes evangélicos blancos son más propensos que otros cristianos y que los estadounidenses en general a apoyar la idea de que los padres tengan la última decisión respecto a las vacunas infantiles.

El aborto que lo empezó todo

Las células fetales que perturban a padres como los Reynvaan proceden de material obtenido de dos abortos que tuvieron lugar en la década de 1960, una época en la que el sarampión era tan común que a menudo no se registraban los casos. Entre 1956 y 1960 se registraron aproximadamente medio millón de casos en Estados Unidos. Aunque apenas unas 450 de esas personas murieron, hubo muchas más complicaciones graves por el sarampión, incluyendo 150 000 casos de complicaciones respiratorias, 4000 casos de encefalitis y miles de hospitalizaciones cada año. Los médicos estaban ansiosos por desarrollar una vacuna eficaz.

En la mayoría de los casos, para que las vacunas funcionen es necesario que el virus esté alojado en una célula viva. El biólogo celular Leonard Hayflick, que trabajaba en el Instituto Wistar de Filadelfia, pensó que las células fetales serían las células más «limpias» posibles para utilizar en las vacunas, ya que estarían protegidas de patógenos externos. Por este motivo, Hayflick se asoció con un científico sueco para obtener el tejido fetal de algún aborto electivo, puesto que en ese país el aborto era legal.

En el reciente libro The Vaccine Race [La carrera por las vacunas], la periodista Meredith Wadman describe a la paciente, la «Sra. X», que solicitó un aborto a causa de su «descarriado marido», un alcohólico que rara vez estaba disponible para ayudar con los hijos pequeños que ya tenían. Días después de su aborto, en junio de 1962, Hayflick tenía las células pulmonares del feto que necesitaba para las pruebas.

Hayflick había descubierto previamente que, a medida que las células se dividían y crecían en generaciones subsecuentes, perdían la juventud de las células originales. (Esto era contrario al pensamiento científico popular de la época. El descubrimiento lleva ahora su nombre). Así que cultivó las células, dividiéndolas solo ocho veces, y congeló suficientes en el almacén. Los fabricantes de vacunas siguen utilizando hoy en día las líneas celulares denominadas WI-38.

Estas células fetales del aborto de la «Sra. X» se utilizaron para cultivar virus debilitados o inactivos en el desarrollo de dos vacunas: la vacuna contra la rubéola (una de las tres contenidas en la tripe vírica) y una versión de la vacuna contra la rabia, mismas que hoy se utilizan en todo el mundo. Por la misma época, el Consejo Médico Británico en el Reino Unido también produjo vacunas a partir de células pulmonares fetales, utilizando células obtenidas mediante un aborto en 1966, cuyas células se denominaron «cultivo MRC-5». Con ellas crearon vacunas para la hepatitis A, la varicela y el herpes zóster. También se fabricó una vacuna contra la polio que se utilizó en otros países, pero no en los Estados Unidos. Los investigadores experimentaron con otras muestras de tejido fetal en su desarrollo, pero todas las células fetales humanas de las vacunas actuales proceden de esos dos abortos.

Un solo frasco de células de Hayflick, escribe Wadman, «produciría 87 000 veces más vacunas que las que fabricaría cualquier típica empresa productora de vacunas que se dispusiera hoy a fabricar el equivalente al suministro de todo un año de una vacuna infantil común para enviarla a más de cuarenta países».

Un dilema ético

Los defensores de la inmunización señalan que las vacunas ya no dependen del aborto para obtener más células fetales, y que, para empezar, esos dos primeros abortos no se realizaron específicamente para suministrar tejido fetal a los fabricantes de vacunas. Tales circunstancias serían inmorales (un argumento que se ha analizado en el blog de la Comisión de Ética y Libertad Religiosa [ERLC, por sus siglas en inglés] de la Convención Bautista del Sur).

En una declaración de 2005, la Iglesia Católica también concluyó que quienes reciben vacunas no son culpables de los abortos originales. El Consejo de Recursos Médicos de Focus on the Family, que actualizó por última vez una declaración en 2015, sugiere que los cristianos tienen la libertad moral de recibir vacunas, aunque también respeta a los cristianos que llegan a una conclusión diferente después de orar y considerar la información disponible.

El director del Instituto Nacional de la Salud, Francis Collins, sugirió compararlo con la donación de órganos después de que un niño ha sido asesinado. «Hubo una terrible y espantosa pérdida de la vida de ese niño y, sin embargo, creo que todos diríamos que si los padres deciden y quieren que algo bueno salga de esto y dieron su consentimiento, esa es una acción noble y honorable», dijo. «¿Se traduce eso en que un padre, después de pasar por una interrupción del embarazo, decida que le gustaría que el tejido fetal sirviera realmente para ayudar a alguien?» La ERLC hace una comparación similar con la donación de órganos, sin condonar el asesinato.

El consentimiento plantea otro dilema ético. El tejido del aborto de la «Sra. X» se remonta a una época en la que los científicos a menudo no conseguían el permiso de los donantes o de sus familias para utilizar las células. Pensemos también en Henrietta Lacks, la mujer afroamericana víctima de cáncer cuyas células se utilizaron en secreto durante décadas de investigación. Los investigadores de hoy en día deben obtener un consentimiento informado.

«Es fácil condenar sin más a los científicos que llevaron a cabo estos experimentos con los más indefensos de entre nosotros. Y sus acciones fueron en muchos casos horribles e inexcusables», escribió Wadman, señalando el «profundo aborrecimiento moral» que pueden sentir los opositores al aborto y otros escépticos de las vacunas. «Sin embargo, resulta más instructivo —y quizás sea más probable que se eviten traiciones similares en el futuro— si tratamos de entender por qué hicieron lo que hicieron».

Preocupación por las reacciones

Una madre de Luisiana describió que se sintió conmocionada y traicionada cuando descubrió que en el desarrollo de la vacuna se utilizaban líneas celulares de fetos abortados. Enterarse de ello solo hizo que aumentara la desconfianza hacia su pediatra. «Yo confiaba en que mi médico fuera honesto conmigo», dijo. «Siempre busqué vehementemente hacer lo correcto por mis hijos».

Preocupada por las reacciones a las vacunas, buscó en el historial médico de sus hijos y descubrió que su primogénito había sido vacunado contra la hepatitis B después de que le hicieran una cesárea y sin que ella lo supiera, lo que ahondó su sensación de traición.

Como muchos padres con preocupaciones similares, acudió a la OMS, a los Centros de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), a libros y a revistas médicas para investigar sobre las vacunas, pero su médico se opuso a sus esfuerzos. «Me dijo que no me volviera loca como todos los demás padres y que simplemente vacunara a mis hijos».

Las dudas de Reynvaan sobre las vacunas se remontan a su propia infancia, cuando experimentó una convulsión y una fiebre de 40 grados después de recibir las vacunas correspondientes cuando cumplió 18 meses, y las cuales fueron administradas según las recomendaciones de los CDC. El suceso la llevó al hospital y, aunque su pediatra de entonces no consideró que el episodio fuera una reacción a las vacunas, su madre se volvió recelosa y siguió con un calendario de vacunas menos riguroso, rechazando las vacunas de refuerzo recomendadas. Esto fue antes del Sistema de Notificación de Reacciones Adversas a las Vacunas (VAERS, por sus siglas en inglés), que se puso en marcha en 1990 para que los padres y los profesionales médicos registraran reacciones a las vacunas.

Cada año se notifican unas 30 000 reacciones en el VAERS, y aproximadamente el 85-90 % de ellas se consideran «efectos secundarios leves», como fiebre, dolor en el brazo, o llanto e irritabilidad leve. Las reacciones son más frecuentes en el caso de la DTP, en la que aproximadamente el 50 % de los pacientes presentan fiebre baja (menos de 100.4 grados °F o 38 °C), según la OMS. El VAERS también recoge informes de acontecimientos adversos, como el shock anafiláctico, el cual se produce en una de aproximadamente cada millón de dosis.

La última agenda de investigación establecida por un comité de los CDC en 2011 revisó la relación entre las inmunizaciones y las enfermedades autoinmunes, diciendo que hasta ahora no ha quedado clara una conexión. No obstante, sugirió que se investigara más la variabilidad genética de las respuestas inmunitarias humanas con el objetivo de reducir las reacciones graves a las vacunas.

Reynvaan ha sufrido problemas con padecimientos autoinmunes a lo largo de su vida, mismos que atribuye a las vacunas que recibió en su infancia, y quiere evitar que sus hijos experimenten lo mismo. «No somos cerrados de mente. Creemos que nuestras creencias cristianas y la ciencia no son diametralmente opuestas, sino que trabajan juntas», dijo la madre de Oregón a CT, describiendo años de investigación y la creciente preocupación por las responsabilidades de las empresas farmacéuticas por las reacciones adversas. «A fin de cuentas, nuestro deseo es criar niños sanos».

Una respuesta cristiana

Los opositores a las vacunas conocen el estereotipo negativo que les rodea, sobre todo cuando los brotes amenazan con propagar enfermedades antes erradicadas y ponen en riesgo a poblaciones vulnerables. Crystal Kupper, una madre y periodista de Oregón, dijo que «antes se burlaba de las personas que se resisten a las vacunas llamándolos “teóricos de la conspiración sin educación”». A pesar de que ella es una entusiasta defensora de las vacunas, dice que ganó un nuevo respeto por la llamada «multitud antivacunas» a través de un grupo MOPS (Madres de Preescolares).

«Estas mujeres eran algunas de las personas más cultas… articuladas, bien documentadas, generosas, desinteresadas y semejantes a Cristo que he tenido el placer de conocer», dijo. «Y desde entonces, me duele ver cómo muchos de mis amigos cristianos se burlan abiertamente de las personas que rechazan vacunarse, no solo como estúpidos, sino como egoístas y antibíblicos». A menudo pienso en Efesios 4:29: «Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan».

Ella puso en práctica sus habilidades periodísticas investigando en revistas médicas para entender la posición de sus amigas e incluso entrevistó a personas que rechazan vacunarse para su propio reportaje. Ella también se escandalizó por el uso de líneas celulares de fetos abortados. Sea cual sea su punto de vista, cree que los cristianos pueden encontrar un terreno común con otros creyentes que se esfuerzan por criar a sus hijos y que, en última instancia, confían en Dios para la salud y la seguridad de sus hijos.

Pero las convicciones cristianas también han impulsado a una minoría a hacer algo más. En 2019, un grupo de Oregón escribió a la legislatura del estado para explicar su posición contra las vacunas y su esperanza de «evitar crear incentivos para el desarrollo de líneas celulares similares en el futuro». Incluso los padres que rechazan las vacunas desarrolladas a partir de líneas celulares de fetos abortados, podrían hacer que sus hijos reciban 9 de las 14 vacunas infantiles recomendadas por los CDC, incluida la vacuna contra la influenza, así como la DTP o la Tdap, las cuales protegen contra el tétanos, la difteria y la tosferina.

Aunque la vacuna contra el sarampión no utiliza líneas celulares fetales, las vacunas contra el sarampión, las paperas y la rubeola ya no están disponibles por separado, por lo que la vacuna triple vírica combinada (que contiene líneas celulares fetales en la vacuna contra la rubeola) es necesaria para combatir el actual brote de sarampión.

Collins explicó que volver a separar la vacuna triple vírica requeriría una supervisión reglamentaria, misma que sería muy costosa, por lo que probablemente no sea una prioridad para los fabricantes. (Merck dejó de producir las vacunas individuales en 2009).

Los investigadores de vacunas de hoy en día tienen muchas más opciones que aquellos que desarrollaron los principales avances en materia de vacunas en los años 60, dijo David Prentice, biólogo celular y director de investigación del Instituto Lozier, una organización pro-vida. «La gran mayoría de las vacunas de hoy en día nunca ven ninguna de esas antiguas líneas de células fetales», dijo. «Se cultivan en células de mono u otros tipos de células humanas o de células madre».

Hay un subgrupo de la oposición cristiana a las vacunas que también se opone a que se utilicen ciertas células animales en la investigación médica, citando la preocupación por las directrices levíticas sobre animales y productos sanguíneos, así como algunas que cuestionan las vacunas contra los virus de transmisión sexual, como el virus del papiloma humano (VPH) y la hepatitis B. Pero muchos de los preocupados por las células fetales preferirían que se utilizaran células animales.

«El uso de células fetales humanas en la creación de vacunas es innecesario», dijo Reynvaan. «Las células animales pueden utilizarse y se utilizan en muchas vacunas actuales».

Las empresas japonesas producen vacunas contra la rubeola y la hepatitis A que no utilizan líneas celulares fetales, sino líneas celulares animales, sin embargo, no están disponibles en Estados Unidos.

La nueva vacuna contra el ébola, que utiliza una línea celular de mono, ha demostrado ser un 97.5 % eficaz en la protección contra el actual brote de esa enfermedad en el Congo. Y mientras que la antigua vacuna contra el herpes zóster se cultivaba en una antigua línea celular de fetos abortados, una nueva versión llamada Shingrix, cultivada en una línea celular de hámster chino, es más eficaz.

Los que se oponen a las vacunas obligatorias desearían que los legisladores ofrecieran más flexibilidad para las exenciones religiosas de los escolares. Una madre describió cómo, en Carolina del Sur, donde nacieron sus hijastros, los padres deben optar, o bien por todas las vacunas, o por no vacunar en absoluto. Por su parte, Nuevo México permite un enfoque más selectivo en su formulario, lo que significa que los padres pueden seleccionar las vacunas acerca de las cuales solicitan una exención. Si bien estas soluciones no atraerán a todo el mundo, podrían hacer cambiar de opinión a algunos padres. Además, incluso el proyecto de ley recientemente aprobado en Washington solo contempla la vacuna triple vírica.

Sin embargo, incluso si los legisladores y los padres religiosos que rechazan el uso de las vacunas pudieran llegar a un acuerdo, la realidad es que la cuestión tiene múltiples facetas para muchos, y algunos siguen haciéndose preguntas sobre la seguridad, en particular sobre la relación entre las vacunas y las enfermedades autoinmunes. Se calcula que entre el 3 y el 5 por ciento de la población padece alguna enfermedad autoinmune.

«Entiendo perfectamente las dudas de la gente al respecto», dijo Prentice. «No ha habido ningún estudio científico que lo certifique, ni a favor ni en contra. (…) Corresponde a los fabricantes de medicamentos… adherirse a las normas más estrictas y eliminar cualquier fuente potencial de un problema biológico».

Para algunos cristianos, comprender el impacto que puede tener toda una comunidad en la salud individual influye en sus decisiones personales, es decir, vacunan para beneficiar a sus vecinos porque mejora la inmunidad de grupo. Por lo tanto, Collins sugirió que los que podamos vacunemos para proteger a los que tienen inmunodeficiencias y cáncer.

Pero mientras tanto, será necesario reconstruir mucha confianza para aquellos que temen que ellos o sus hijos corran el riesgo de sufrir efectos adversos. Reynvaan no está segura de que se pueda confiar en la industria farmacéutica. Tras su investigación personal, ella describió sus hallazgos como llenos de «corrupción, informes falsificados y ciencia incompleta por parte de la comunidad que está a favor de las vacunas».

Rebecca Randall es la editora de ciencia de Christianity Today.

Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.

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