Usted es un nuevo cristiano. Desea aprender todo lo que pueda sobre la Biblia, porque sabe que es la Palabra de Dios, y en algún lado escuchó que se puede conocer a Dios solo en la medida en que se conozca su Palabra. Conoce a una vecina del barrio que ha caminado con Dios por más de 60 años y ha estudiado las Escrituras todo ese tiempo. Ella ha leído comentarios, ha disfrutado asistiendo a iglesias de diferentes denominaciones y ha hablado de las cosas profundas de Dios con otros creyentes y pastores maduros en la fe.
Usted ha considerado leer las Escrituras con ella para beneficiarse de su sabiduría, pero finalmente decide leer la Biblia en soledad. No visita a la vecina porque no quiere que sus creencias influyan en su propia lectura. Usted quiere escuchar la voz del Espíritu Santo para recibir la pureza del mensaje de Dios sin contaminarse con influencias externas.
Algunos cristianos, y no solo los nuevos creyentes, adoptan este enfoque de «Dios y yo» al leer las Escrituras. Han aprendido de Mateo 15 a no ser como los fariseos, de quienes Jesús dijo que exaltaban la tradición humana por encima de la Palabra de Dios. Tampoco olvidan la advertencia de Pablo de no sucumbir a «la vana y engañosa filosofía que sigue tradiciones humanas» (Colosenses 2:8, NVI). Así, han llegado a la conclusión de que las Escrituras enseñan que la tradición de la Iglesia, y todas las perspectivas e interpretaciones desarrolladas por seres humanos que ella contiene, no deben influir en nuestra lectura de la Palabra de Dios.
¿Es eso lo que enseña la Biblia?
Por qué la Tradición es buena
Pablo les escribió a los corintios: «Los elogio porque… retienen las enseñanzas, tal como se las transmití» (1 Corintios 11:2). Instó a los tesalonicenses escribiéndoles: «… sigan firmes y manténganse fieles a las enseñanzas que, oralmente o por carta, les hemos transmitido» (2 Tesalonicenses 2:15). Le dijo a Timoteo que transmitiera la tradición que había aprendido de él y que enseñara a otros a hacer lo mismo (2 Timoteo 2:2). Y cuando Pablo citó el dicho de Jesús: «Hay más dicha en dar que en recibir» (Hechos 20:35), estaba afirmando una tradición oral nunca registrada en los evangelios.
Cuando Jesús criticó a los fariseos, él no estaba condenando todas las tradiciones, ni siquiera todas las tradiciones de los fariseos. Más bien, estaba denunciando las tradiciones que anulaban la Palabra de Dios (Marcos 7:13). Por ejemplo, la condena de Jesús en Mateo 15 estaba dirigida a los fariseos que fingían dedicar sus bienes al templo para no tener que mantener a sus padres ancianos, evitando así el mandamiento que dice: «Honra a tu padre y a tu madre» (Éxodo 20:12).
Sin embargo, Jesús también dijo —en una declaración ignorada por muchos cristianos— que la gente debería aprender de las tradiciones orales de los fariseos: «… ustedes deben obedecerlos y hacer todo lo que les digan. Pero no hagan lo que hacen ellos, porque no practican lo que predican» (Mateo 23:3). La iglesia primitiva reconoció que necesitaba de la tradición cuando se enfrentó a la herejía del gnosticismo. Los maestros gnósticos afirmaban que tanto el Dios del Antiguo Testamento como la materia física son malos, y que la salvación viene a través del conocimiento, no a través de la vida y muerte de Jesucristo. Su imagen de Dios y de la salvación se oponía radicalmente a la predicación de los apóstoles. El teólogo primitivo Ireneo respondió a estas creencias afirmando que los apóstoles transmitieron no solo ciertos escritos, sino también una forma de leerlos. Y solo siguiendo esa forma de interpretar los textos bíblicos es posible mantener la ortodoxia.
En sus posteriores batallas para comprender la Deidad, la iglesia primitiva finalmente estableció una tradición trinitaria: Dios es un ser divino en tres personas. La palabra Trinidad y la ahora clásica frase «tres personas en un solo Dios» no están en la Biblia. Pero casi todos los cristianos, incluidos los evangélicos, creen que el Espíritu Santo guió a la iglesia primitiva a través de esos debates para llegar a este consenso. Los líderes del debate recordaron a sus oyentes que Jesús dijo que había algunas cosas que los apóstoles no podrían entender en ese momento, pero que se les revelaría más tarde, conforme el Espíritu guiara a ellos y a sus sucesores «a toda la verdad» (Juan 16:12-13). Esta comprensión de la Deidad utilizó palabras no bíblicas para expresar conceptos bíblicos y ha guiado a todos los cristianos desde entonces.
Pero, ¿qué decir de la doctrina protestante de la sola scriptura? ¿No dijo Martín Lutero, quien enseñó esta doctrina, que solo las Escrituras son nuestra autoridad, que las tradiciones humanas nunca deberían suplantar a la Biblia?
En realidad, Lutero enseñó que los cristianos necesitaban la tradición correcta para interpretar la Biblia. Criticó las tradiciones teológicas medievales tardías (esto lo hemos escuchado) apelando a tradiciones anteriores: San Agustín, los credos y los grandes concilios de la iglesia (esto no lo hemos escuchado). Agustín ayudó a Lutero a ver la prioridad de la gracia en la justificación, en contraposición a la prioridad de las obras. Y los credos y los grandes concilios, escribió, eran guías confiables para comprender las Escrituras. En su tratado Sobre los concilios y la Iglesia, Lutero criticó los concilios de la Iglesia que habían distorsionado las enseñanzas de los «concilios universales o principales»: Nicea I, Constantinopla I, Éfeso I y Calcedonia. Lutero agregó que varios otros concilios fueron «igualmente buenos». Aceptó los tres credos ecuménicos (el Credo de los Apóstoles, el Credo de Nicea y el Credo de Atanasio) y los usó para contrarrestar a los antitrinitarios. Alabó el Credo de los Apóstoles como «el más fino de todos, un resumen breve y auténtico de los artículos de fe», y al Credo de Atanasio como «un credo que protege» al Credo de los Apóstoles.
La Tradición ofrece un control de nuestras interpretaciones bíblicas: si llegamos a conclusiones que están en desacuerdo con el consenso recibido, es mejor que lo pensemos dos veces.
Para Lutero, entonces, la sola scriptura significa que la Escritura es nuestra principal autoridad, pero necesitamos la ayuda de los credos, concilios y teólogos para interpretarla correctamente. De lo contrario, usaremos la Biblia para distorsionar el evangelio, como lo había hecho la iglesia medieval tardía.
Juan Calvino, quien también enseñó la sola scriptura, se basó generosamente en los Padres primitivos como Ireneo, Cipriano, Crisóstomo y Agustín, para reforzar su enseñanza de temas bíblicos. Muchos de los oponentes de Calvino, como el antitrinitario Miguel Servet, también usaron la Biblia para defender su caso. Pero Calvino usó a estos padres de la iglesia para mostrar a sus lectores que Servet estaba malinterpretando las Escrituras.
Tanto para Lutero como para Calvino, la Gran Tradición desempeñó lo que el teólogo Alister McGrath llama un papel «ministerial, no magisterial» para «servir, no dirigir, a la iglesia». Podríamos decir que ofrece un control de nuestras interpretaciones bíblicas: si llegamos a conclusiones que están en desacuerdo con el consenso recibido, es mejor que lo pensemos dos veces.
Sí a la tradición, pero ¿cuál tradición?
Aun así, muchos evangélicos insisten en que leen la Biblia sin dejarse influir por la Tradición. No han notado lo que McGrath llama «la tendencia evangélica a citar las interpretaciones de los escritores evangélicos primitivos al evaluar cómo interpretar un pasaje bíblico dado». Tampoco notan cómo sus puntos de vista sobre varios temas —las mujeres en el ministerio, los roles de género, la comunión y el bautismo, el fin de los tiempos— son moldeados por las comunidades cristianas a las que pertenecen. En cada caso, los evangélicos de diversos orígenes utilizan textos bíblicos similares, pero hacen diferentes interpretaciones.
No es que eso sea algo malo. El cuerpo de Cristo es una comunidad, y cada parte del cuerpo es una comunidad de interpretación donde las creencias se transmiten a través de textos pero también a través de personas con autoridad. Los evangélicos luteranos y reformados tienen confesiones que les ayudan a interpretar la Biblia. De manera similar, las iglesias pentecostales, bautistas y bíblicas tienen declaraciones de fe que gobiernan sus creencias y prácticas.
En los últimos dos siglos, los protestantes tradicionales intentaron liberarse de las tradiciones pasadas para volver al evangelio de Jesús, antes de que supuestamente fuera corrompido por incontables capas de tradición eclesiástica. Agitaron la bandera de la sola scriptura, imaginando que estaban por encima y fuera de la tradición. No se dieron cuenta de que estaban interpretando los evangelios a través de la lente de sus propias tradiciones ilustradas. No fue una sorpresa, entonces, que sus búsquedas del Jesús histórico dieran como resultado retratos de Jesús que se parecían a ellos mismos.
La verdadera pregunta no es si la tradición influye en nuestra interpretación de la Biblia, sino cuál tradición lo hace. Y la mejor manera de juzgar esa tradición es compararla con la Gran Tradición, otro nombre para lo que Hebreos 12:1 llama «gran nube de testigos» (LBLA) a lo largo de los siglos. Es lo que C.S. Lewis llamó «mero cristianismo», el consenso sobre las creencias y conductas que la iglesia histórica ha acordado durante los últimos dos mil años.
Por supuesto, hay muchas cosas en las que los escritores de la Tradición no están de acuerdo, como el número y el significado de los sacramentos y la ubicación de la autoridad de la iglesia. Sin embargo, hay unidad de visión en muchas otras cosas entre los Padres (como Ireneo, Atanasio, Crisóstomo, Agustín, Máximo el Confesor), teólogos medievales como Anselmo y Aquino, los reformadores y Jonathan Edwards, Juan Wesley, John Henry Newman, Dietrich Bonhoeffer, Juan Pablo II y Benedicto XVI, por nombrar algunos.
Sin duda, los evangélicos miran con más frecuencia a los reformadores, así como a Edwards y Wesley. Pero cuando estos pensadores brindan poca ayuda sobre ciertos temas, digamos liturgia o acción social, no tenemos por qué ser tan alérgicos a Roma como para descuidar su reflexión sobre estos tópicos, o la comprensión de la Iglesia ortodoxa de lo que significa ser «participantes de la naturaleza divina» (2 Pedro 1:4).
Los credos también forman parte de la Gran Tradición. Como hemos visto, Lutero, Calvino y sus sucesores apreciaron los credos como valiosos resúmenes de la fe ortodoxa. El teólogo Donald MacKinnon observó que los grandes credos ortodoxos nos protegen contra la ingenuidad de quienes se consideran intelectualmente superiores y libres para cambiar la ortodoxia histórica. Y el erudito evangélico Scott McKnight explica que los credos se encuentran en el Nuevo Testamento (ver 1 Corintios 15:1-8, 22-31) y que los credos posteriores, como el Credo de Nicea, fueron ejemplos de «evangelio»: narran la historia de Jesús enfatizando lo más significativo.
Sin embargo, la Gran Tradición no es solo una fuente para comprender la doctrina bíblica y la moralidad, aunque hoy más que nunca necesitamos su reflexión para comprender temas como el sexo y el matrimonio. También es una gran fuente para aprender a adorar a Dios (las liturgias históricas son profundamente bíblicas y estéticas), lo que significa ser discípulo (clásicos como La imitación de Cristo de Tomás de Kempis, La noche oscura del alma de Juan de la Cruz, Las moradas del Castillo Interior de Teresa de Ávila, El costo del discipulado de Bonhoeffer y La rendición total de la Madre Teresa), y cómo ver la belleza de Dios en el mundo y la vida de la Iglesia (Edwards y los íconos ortodoxos son fuentes importantes aquí). Los evangélicos tenemos nuestros propios santos, piense en Billy Graham, Lottie Moon y Jim Elliot, pero la Gran Tradición tiene innumerables santos cuyos días festivos y biografías nos muestran a todo color lo que significa vivir la fe.
Tradición o tradicionalismo
El historiador de la iglesia Jaroslav Pelikan distinguió la tradición, «la fe viva de los muertos», del tradicionalismo, «la fe muerta de los vivos». ¿Cómo evitar que la Tradición degenere en tradicionalismo? Y lo que es más importante, ¿cómo podemos discernir la diferencia entre tradiciones y Tradición?
Hay momentos, como el final de la Edad Media, en que las tradiciones parecen distorsionar el evangelio y por lo tanto hace falta una purificación. La mejor manera de «probar los espíritus» (1 Juan 4:1, LBLA) es hacerlo de la manera en que lo hicieron Lutero y Calvino, con la ayuda de la Gran Tradición. Apelaron a la «regla de fe» expresada por los credos y los primeros concilios ecuménicos. No respaldaron todas las declaraciones de cada concilio, sino las duraderas que han sido aceptadas por la Iglesia a lo largo de la historia. En Constantinopla (381 d. C.), por ejemplo, lo que perduró no fue su proclamación de la autoridad del patriarca oriental sobre la Iglesia, sino su declaración de la divinidad del Espíritu Santo. Y lo que ha trascendido de Calcedonia (451) no es su regla de que las mujeres no pueden ser ordenadas como diaconisas antes de los 40 años, sino que Jesús es completamente Dios y completamente hombre.
Consultar la Gran Tradición no significa que el lenguaje exacto y las formulaciones de cada credo y dogma deban permanecer iguales. Los protestantes han invocado el principio semper reformanda («siempre en reforma»), reconociendo la necesidad de la Iglesia de estar abierta al Espíritu. Pero hay diferencia entre desentrañar la lógica interna de los credos y dogmas de la ortodoxia histórica para desarrollar aún más sobre ellos, por un lado, y desechar lo que se opone a la cultura actual, por el otro. Por ejemplo, podríamos objetar las formas ligadas a la cultura para explicar la sustitución penal en la cruz, reconociendo que hay múltiples motivos de expiación en las Escrituras. Pero nunca debemos omitir lo que es central para la enseñanza bíblica y ofensivo para el zeitgeist (espíritu de los tiempos) actual: que a través del sacrificio en la sangre de Cristo, Dios satisfizo su santa ira en contra del pecado.
Necesitamos la Gran Tradición hoy más que nunca. Las preguntas más importantes que enfrentan las iglesias evangélicas hoy en día son las mismas que enfrentaron los protestantes en las últimas décadas: ¿Son todos salvos? ¿Qué es el matrimonio? ¿Es Cristo realmente el único camino a Dios? Para cada una de estas preguntas, los protestantes liberales generalmente ignoran la Gran Tradición.
La tentación para muchos evangélicos, por otro lado, es interpretar la Biblia como mejor les parezca, sin escuchar a nadie en la Gran Tradición. Algunos piensan que el concepto de Lutero del sacerdocio de todos los creyentes significa que podemos interpretar la Biblia solos por nuestra cuenta, que lo más importante es una relación personal con Jesús, no la doctrina o los códigos morales. A decir verdad, a la mayoría de los evangélicos «llaneros solitarios» les importa la doctrina y la moralidad, pero quieren decidir por su cuenta lo que estas significan. Rechazan la noción de que la Iglesia es una comunión viva de santos, con autoridad sobre cada creyente. En este protestantismo de la «Nueva Era», donde no importa lo que uno crea o haga mientras tenga contacto con una cierta atmósfera espiritual, la cultura triunfará sobre el evangelio, y nosotros, los evangélicos, seguiremos los pasos del protestantismo liberal. La única alternativa es que tomemos en serio la Gran Tradición.
Gerald R. McDermott ocupa la cátedra Jordan-Trexler en Religión en el Roanoke College y es investigador asociado en el Centro Jonathan Edwards de la Universidad del Estado Libre [University of the Free State] en Sudáfrica. Es coautor de A Trinitarian Theology of Religions: An Evangelical Proposal (Oxford).
Traducción por Iván Balarezo
Edición en español por Livia Giselle Seidel