Miles de personas han orado por Sarah Walton. La mayoría de ellos nunca la han conocido en persona.
Durante los últimos diez años, Walton, la coautora del éxito de ventas Esperanza en medio del dolor, ha sufrido una enfermedad crónica, múltiples cirugías por una debilitante lesión en el pie, estragos económicos derivados de la pérdida de trabajo de su esposo y una mudanza al otro lado del país con cuatro niños que también tienen condiciones de salud delicadas y necesidades especiales.
Todos los días sus redes sociales se llenan de notificaciones que dicen que sus amigos están intercediendo por ella.
«Cuando entro a Facebook o Instagram, veo a personas de todas partes del país diciendo que están orando», me contó. «Me mandan el emoticono de las manos que oran. Me envían mensajes privados con cosas específicas que han orado esa mañana».
Los amigos de oración de Walton no son todos amigos en el sentido tradicional —nunca ha compartido un café o una conversación cara a cara con muchos de ellos—, pero son hermanos en Cristo que se preocupan por ella y le piden a Dios por su sanación.
En una era digital —y especialmente durante una pandemia que ha trasladado muchas interacciones a las plataformas virtuales— la experiencia de Walton no es desconocida. La mayoría de nosotros hemos visto una petición de oración en redes sociales para alguien, y muchos nos hemos tomado un momento para orar.
Interceder en Instagram puede que parezca un fenómeno único del siglo XXI, pero la gente ya oraba a distancia en el primer siglo. Como lo testifican sus cartas, el apóstol Pablo tenía la práctica habitual de orar por las personas que no estaban con él, y a veces por personas a las que nunca había conocido.
Las redes sociales son una herramienta imperfecta para la oración; sus interacciones superficiales y efímeras no se prestan fácilmente para el duro trabajo de la lucha espiritual. Pero el ejemplo de oración de Pablo nos desafía de muchas maneras y nos enseña cómo es posible usar incluso TikTok para un bien espiritual.
Proximidad
«¿Quién es mi prójimo?» preguntó el experto en la ley a Jesús (Lucas 10:29), y también es una pregunta importante en nuestra época. En las redes sociales, las actualizaciones de las personas de nuestra iglesia local aparecen junto a peticiones de personas a las que nunca hemos conocido. Es cierto que queremos amar a nuestro prójimo, pero los límites del vecindario en línea se extienden a todo el planeta. Y a todo el mundo le caería bien una oración.
Rosaria Butterfield, la autora de The Gospel Comes with a House Key [El evangelio viene con una llave de casa] no está en Twitter, Facebook o Instagram. No sube publicaciones a un canal de YouTube ni se reúne en Clubhouse. En cambio, ella se ha comprometido a amar a sus vecinos: su prójimo literal, aquellos que viven en su misma calle.
Butterfield utiliza exclusivamente una plataforma de redes sociales basada en los vecindarios llamada Nextdoor. «Reviso Nextdoor por la mañana para ver cómo puedo orar por mis vecinos, pero también para saber cómo puedo ayudarlos», me contó. «Una dosis diaria de pasear al perro de un vecino, de sacar la basura de otra persona o de hacer espacio para que un niño del vecindario comparta con nosotros la mesa al hacer educación en casa es bueno para el alma. También es bueno para todo lo que tiene que ver con amar a Dios y amar al prójimo». Para Butterfield, el trabajo de orar por los demás encuentra su mejor complemento en el trabajo tangible de tender una mano de ayuda a nuestros vecinos. Y ella solamente puede hacerlo cuando prioriza la proximidad.
Pablo también apreciaba las relaciones de oración que se basaban en interacciones cara a cara. En su carta a los Colosenses, Pablo alaba a Epafras, el pastor de Colosas. Epafras luchó en oración por las personas de su congregación —personas que habían compartido comidas y habían asumido el ministerio con él—, y él continuó orando por ellos cuando se encontraba lejos físicamente (4:12-13). Aunque las redes sociales nos dan incontables oportunidades de orar prácticamente por cualquiera, Pablo nos enseña a comenzar por las personas de nuestra iglesia o de nuestra propia calle.
Mutualidad
Lo más probable es que las personas de nuestras iglesias y comunidades locales sean las que oren por nosotros. Las peticiones de oración en las redes sociales a menudo son una transacción de una sola vía: sin embargo, las relaciones de oración florecen mejor cuando son mutuas. Pablo pidió que oraran por él tantas veces como él mismo oró por las iglesias (1 Corintios 1:4-9; 2 Corintios 1:11). No se limitó a poner un comentario con un emoticono de unas manos orando: invitó a las iglesias a una relación.
Durante el año pasado, Alex y Maggie Halbert han estado levantando apoyos para trasladarse al campo misionero en Honduras. De forma regular envían por correo electrónico necesidades de oración y peticiones de apoyo económico a las iglesias de todo Estados Unidos. Sin embargo, un día encontraron en su bandeja de entrada una sorpresa: «Una de las iglesias que nos apoyaba nos envió a nosotros una lista de peticiones de oración», dijo Alex. «Nos animó y nos hizo entender lo que significa hacer equipo en nombre del evangelio. Sentimos como si pudiéramos ser participantes, y no solo beneficiarios».
Invisibilidad
Recientemente, Facebook ha estado poniendo a prueba probando [enlaces en inglés] una herramienta para hacer «publicaciones de oración» y permitir que las personas compartieran y respondieran a las peticiones. Con un clic, los usuarios eran capaces de notificar al autor de la publicación —y al resto del mundo— que estaban orando por esa petición.
Estos símbolos visibles de oración pueden dar ánimo a un amigo en necesidad, pero también crean un peligro espiritual para la persona que está orando. El desafío, dice Butterfield, es que «la mayoría de las características de las redes sociales favorecen las señales de virtud antes que las virtudes en sí». El mismo Jesús nos recuerda que la obra de la oración mejor se hace en secreto (Mateo 6:6), donde a nadie se le puede impresionar con nuestra piedad.
Por supuesto, la atracción de las redes sociales a menudo se basa en lo que es visible. Para los usuarios de plataformas como Instagram y Facebook la experiencia consiste en la habilidad para compartir una imagen o un video: permitir que los amigos y seguidores vean algo. La oración, en cambio, es una herramienta espiritual ejercida en lugares secretos para fines espirituales. Y esos fines, a menudo, son invisibles.
Cuando Pablo oraba por sus hermanos cristianos, sus oraciones se centraban en lo invisible, en los objetivos espirituales. Oraba para que obtuvieran sabiduría, conocimiento de Cristo, esperanza, riquezas espirituales, confianza en el poder de Dios y amor por la iglesia (Efesios 1:17-23). No puedes publicar una fotografía de ninguna de esas cosas.
Si bien es bueno y está bien orar por respuestas tangibles a nuestras oraciones, (se nos encomienda orar tanto por sanidad física [Santiago 5:13-18] como por el pan diario [Mateo 6:11]), no podemos permitir que la naturaleza visual de las interacciones en línea limite nuestras peticiones (ni alimenten nuestro orgullo). El hecho de que no haya una fotografía, no significa que el Señor no esté obrando.
Tenacidad
«La oración cambia las cosas», dijo Walton, «pero la oración también cambia a las personas que oran». Ella enumera las maneras en que Dios ha cambiado su propio corazón en el transcurso de sus pruebas de años. Aunque solía orar específicamente por sanidad en diversos aspectos, ahora suele orar para que Dios se le revele más.
«Si la gente solo oraba por mí en una o dos ocasiones, se perdían la oportunidad de ver cómo mis propias oraciones y mi corazón habían madurado en el proceso de este viaje», dijo ella. Son los que se han quedado cerca,ya sea en la vida real o en línea,quienes han podido ver lo que Dios está haciendo en la vida de Walton. Una de las características más llamativas de las intercesiones de Pablo era su tenacidad. Él contó a las iglesias que oraba por ellos «día y noche» (1 Tesalonicenses 3:10) durante largos periodos de tiempo. Cristo también instruyó a sus seguidores a «orar siempre, sin desanimarse» (Lucas 18:1). En un mundo de historias en línea que desaparecen en 24 horas, el Señor se deleita en la longevidad.
La verdad es que no está mal orar una vez por alguien, pero puede que nunca veamos los resultados. Las respuestas a las oraciones a menudo llegan tras largos periodos de tiempo. Son las personas que se quedan cerca, las que siguen orando y esperan tanto las misericordias temporales como el crecimiento espiritual, las que llegan a ver lo que Dios está haciendo.
Deslizar infinitamente nuestras redes sociales hacia abajo, y encontrar en ello gratificación instantánea, puede que no sea el espacio ideal para cultivar una rica vida de oración, pero hay esperanza para nuestra situación. El ejemplo de proximidad, mutualidad, invisibilidad y tenacidad de Pablo puede dar forma a nuestros hábitos de oración. Sus oraciones llenas de propósito y escritas de su puño y letra, cambiaron el mundo. Tal vez, al seguir su ejemplo, nuestras intercesiones por Instagram harán lo mismo.
Megan Hill es editora para The Gospel Coalition y autora de varios libros, entre ellos Praying Together y Partners in the Gospel.
Traducción por Noa Alarcón
Edición en español por Livia Giselle Seidel