Nuestro número de septiembre se imprimió antes de la rápida caída del gobierno de Afganistán. La portada de este mes rinde homenaje a la historia de servicio fiel e invisible de los creyentes locales y de los obreros cristianos en Afganistán. Ahora que las tropas estadounidenses han abandonado el país y que los talibanes han tomado firmemente el control [los enlaces de este artículo redirigen a contenido en inglés], es fácil olvidar que la iglesia ya trabajaba allí mucho antes de que comenzara la «guerra eterna» de Estados Unidos, y que seguirá trabajando allí, de la forma que sea, ahora que la guerra ha terminado.
Como muchos, Arley Loewen sabe exactamente dónde estaba cuando sucedieron los trágicos eventos del 11 de septiembre. Estaba en Islamabad, Pakistán, trabajando con refugiados afganos como educador, y tuvo que evacuar la zona por seguridad.
Pero como trabajador humanitario extranjero, también hay otras fechas en las que piensa: fechas que conmemoran otras muertes. Los que han pasado tiempo en el trabajo humanitario en Afganistán en los últimos veinte años muestran tristeza al recordar a amigos, compañeros y vecinos que murieron, tanto afganos como extranjeros.
El 27 de marzo de 2003, un ingeniero de la Cruz Roja fue ejecutado por francotiradores desconocidos.
El 2 de junio de 2004, cinco miembros del personal de Médicos Sin Fronteras fueron asesinados en la carretera entre Khair Khana y Qala-e-Naw.
El 14 de enero de 2008, un atentado contra el Hotel Serena de Kabul cobró la vida de seis personas.
El 24 de julio de 2014, dos mujeres finlandesas de la International Assistance Mission [Misión de Asistencia Internacional] fueron fusiladas y asesinadas.
El 3 de octubre de 2015, un ataque aéreo estadounidense alcanzó un hospital de Médicos Sin Fronteras y mató a 42 personas.
El 24 de noviembre de 2019, una bomba de carretera mató a un californiano del Programa de Desarrollo de la ONU e hirió a otros cinco.
Hay otras fechas oscuras, y Loewen, quien actualmente vive en Manitoba y da clases de Biblia y relaciones cristiano-musulmanas en una pequeña universidad cristiana, revisa regularmente su teléfono para ver si sus amigos en Afganistán están bien.
«Tendemos a enfocarnos solo en la historia de la violencia, y esta es muy real con los talibanes tomando un distrito tras otro», dijo Loewen. «Pero luego está la otra historia, la de la sociedad civil: me encanta esa historia».
Según un informe reciente de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, hay alrededor de 140 organizaciones caritativas no gubernamentales, muchas de ellas cristianas, que realizan labores de asistencia en Afganistán. También hay otra docena de organizaciones de la ONU. Proveen alimentos, atención médica, transferencias de dinero en efectivo, educación, así como herramientas y semillas para los agricultores. Fomentan la música, el arte, la literatura y el deporte. En medio de la guerra y el conflicto, han fomentado la comunidad y la sociedad civil.
Sobre todo, han formado profundos vínculos con el pueblo afgano.
La transformación que aporta el pueblo afgano
«Los obreros solo están ahí para la gente», dijo Patrick Krayer, que vivió y trabajó en Kabul con su mujer y sus hijos. «Solo somos facilitadores. … No somos mesías. No queremos entrar en la dinámica de poder que dice: “venimos a salvarlos”».
Krayer señaló la oftalmología como un ejemplo de cómo ayudan los obreros. A partir de la década de 1960, una organización de asistencia cristiana ayudó a crear un departamento de oftalmología en la Universidad de Kabul, en donde se capacitaron oftalmólogos afganos. Luego esos médicos formaron a otros, y hoy toda la atención oftalmológica la realizan los afganos entre sí.
«El cien por ciento de la atención oftalmológica del país salió de ese departamento», dijo.
Krayer y otros se apresuran a señalar que, aunque han proporcionado recursos y apoyo, las verdaderas transformaciones que se han producido en el país han sido producidas por los propios afganos.
«Solo los capacitamos para que hagan lo que quieren hacer por servir a su propio pueblo», dijo Krayer, que ahora enseña en la Universidad Internacional de Dallas.
Recuerda cuando llegó a Kabul en 2002 y vio un edificio tras otro bombardeado. Para el 2012, la ciudad de más de cuatro millones de habitantes había sido completamente reconstruida. También hubo otro tipo de transformaciones. Los artistas volvieron a crear. Pronto, las mujeres compitieron en atletismo y participaron en deportes de equipo, y en 2008, Afganistán tuvo su primer medallista olímpico. Se produjo una explosión de cultura popular. Afghan Star, un programa de concursos de canto que reunía a aspirantes de todo el país, se convirtió en el programa más popular de la televisión afgana.
Los afganos hicieron casi todo el trabajo de transformación, dijo Krayer. Pero no se les reconoce el mérito, y la historia de la violencia pasa por alto mucho de lo que ha ocurrido y lo que está ocurriendo en Afganistán.
«Fui un invitado en su país», dijo. «Me permitieron entrar en sus comunidades. Me permitieron entrar en sus casas. Son muy hospitalarios y amables. Es un privilegio increíble trabajar y vivir entre la gente».
Krayer recuerda una vez que se le pinchó una llanta en un pequeño pueblo a unas cuatro horas de Kabul. Ya había sustituido una llanta pinchada en el viaje y no tenía otra de repuesto. Un desconocido tomó la llanta, se subió a un taxi que pasaba por allí y fue a repararla.
La labor de ayuda no terminará con la retirada
Mientras el ejército estadounidense se retira del país, los obreros extranjeros se preparan para la cambiante realidad política de Afganistán. El presidente Joe Biden, el tercer presidente de EE.UU. que promete la retirada completa de lo que se ha conocido como la «guerra eterna» de Estados Unidos, dijo que la seguridad de la región debía ser entregada a las fuerzas afganas para el 20º aniversario de los atentados del 11 de septiembre. El presidente expresó su confianza en que los soldados afganos tienen la «capacidad de sostener el gobierno», pero también reconoció que el país tendrá que hacer frente a los «problemas internos» en curso.
Los observadores afirman que los talibanes están ganando poder en muchos distritos y que el conflicto puede convertirse en una guerra civil tras la retirada de las fuerzas estadounidenses.
Los trabajadores humanitarios cristianos, que han visto un aumento de la violencia contra los grupos humanitarios en los últimos años, están preocupados por el futuro incierto. Pero también dicen que están haciendo un trabajo que no empezó con la invasión estadounidense y que no terminará con la retirada de Estados Unidos. Están haciendo algo diferente a lo que hacen los militares.
«Queremos que la gente sepa que Dios los ama», dijo Krayer. «Y el amor tiene que ser práctico y tangible».
La asistencia proporciona estabilidad en un país y, al menos para los obreros cristianos, es explícitamente apolítica. En tiempos de transición, eso puede ser aún más importante. Krayer dijo que en la guerra civil afgana de las décadas de 1980 y 1990 hubo muchos obreros que se quedaron en la región.
En un futuro próximo, es posible que muchos obreros se marchen por motivos de seguridad. Otros encontrarán la manera de quedarse, dijo una autora y obrera que, por razones de seguridad, utiliza el seudónimo de Anna Hampton.
«Hay una historia moderna de cien años de presencia del extranjero cristiano en Afganistán», dijo Hampton. «Esta presencia volverá a ser pequeña, pero seguirá estando ahí».
El motivo, según Hampton, es sencillo: «Amamos a Jesús y amamos al pueblo afgano».
Eso no significa que no habrá peligros. En los últimos veinte años, los obreros han corrido muchos riesgos. Ellos y sus familias han tenido que tomar decisiones cuidadosas y calculadas sobre qué hacer y cuán vulnerables están dispuestos a estar.
La casa de la familia de Hampton fue asaltada una vez por hombres armados, un amigo cercano de la familia fue secuestrado y asesinado, y se vieron obligados a abandonar el país. Hampton dice que todavía sufre las consecuencias del trauma causado por el ataque a su familia. Pero el peligro es también una oportunidad para vivir su fe.
Hampton escribe ahora sobre la teología del riesgo y enseña a los futuros obreros a discernir el miedo sano y a desarrollar un valor maduro. Muchos cristianos tienen una idea de la valentía que se parece a la de un hombre solitario que muere en un campo de batalla, dijo, pero esa no es una imagen bíblica.
«Tanto Jesús como Pablo huyeron de situaciones de riesgo», dijo. «Los obreros necesitan ver dónde está Dios hablándoles, y si los está guiando a continuar moviéndose hacia una situación de mayor riesgo, o a retirarse por un tiempo». En su libro Facing Danger: A Guide Through Risk [publicado en español como Haz frente al peligro: Una guía a través del riesgo], Hampton habla de lo que para ella significó, como cristiana y madre en Afganistán, tratar de mostrar a sus hijos una imagen de cómo Jesús respondería a las necesidades de la gente y también al peligro humano.
Loewen dijo que la gente les preguntaban a él y a su esposa sobre los riesgos de llevar a sus dos hijas pequeñas a la región. Y hubo riesgos. Pero también hubo una riqueza increíble, criar una familia en esa cultura y ver a sus hijas aprender a cruzar las líneas culturales como si fuera algo normal.
«Atesoraron sus vidas en Pakistán y Afganistán», dijo. «En la escuela, nuestras hijas podían relacionarse con niños y niñas afganos como amigos».
Por supuesto, no son solo los trabajadores humanitarios y los extranjeros cristianos los que se enfrentan a las amenazas. El conflicto ha sido peligroso para muchos en Afganistán, y un pequeño pero vibrante grupo de cristianos afganos ora y alaba tras un velo protector de privacidad.
Según el Pew Research Center, menos del 0,3 % de los 34 millones de afganos pertenecen a un grupo religioso minoritario, ya sea cristiano, hindú, sij o bahaí. Pero es difícil obtener cifras exactas. La población es predominantemente musulmana suní, y la constitución establece que el islam es la religión del Estado. Las minorías pueden practicar su fe, pero no se considera culturalmente aceptable en los espacios públicos.
Muchos afganos —algunos por razones religiosas, otros por razones políticas— están sopesando actualmente si deben abandonar el país en esta época de transición. Según un reciente informe de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, desde abril, cerca de mil afganos han abandonado el país cada mes. Se unirán a los millones de desplazados de sus hogares en los últimos cuarenta años.
Los afganos fuera de Afganistán
Actualmente, 42 000 afganos viven en Toronto, y miles más en otras ciudades norteamericanas. En Nueva York viven 18 000 y en Los Ángeles, 12 000, según estimaciones de Global Gates.
Negin Ponce fue una de esas refugiadas, quien llegó a Nueva York en la década de 1990 y donde vivió cinco años hasta que se trasladó con sus padres a California. Estaba estudiando el bachillerato [high school] en California cuando ocurrieron los atentados del 11 de septiembre. Su primera preocupación fue por una tía que trabajaba en el World Trade Center. Solo más tarde se dio cuenta de que, por ser musulmana y por ser de Afganistán, algunos de los que la rodeaban la asociarían con los responsables y no con las víctimas de la violencia.
«Quería taparme la cabeza, que la gente no supiera de dónde venía», dijo. «Fue la acción de la gente radical y del extremismo radical, no de los musulmanes amables, pacientes y cariñosos».
Más tarde, Ponce se convirtió en seguidora de Cristo, después de tener una visión de tres cruces, de encontrar una Biblia y de visitar una iglesia. Ahora, debido a su fe y a sus propias experiencias de niña, apoya a los refugiados musulmanes en California e insta a sus compañeros cristianos a acercarse a sus vecinos musulmanes.
«Es una cultura muy cálida y cariñosa que realmente se basa en la unidad familiar», dijo. «Nos encanta nuestra comida étnica. Y nunca te atrevas a entrar en la casa de una mujer afgana que es ama de casa y a decir: “Traigo comida rápida”».
Los estadounidenses pueden atender a los afganos estando entre ellos,escuchando sus historias, enseñándoles inglés proveyendo para sus necesidades prácticas, tales como la atención médica y la ayuda para conseguir empleo, dijo Jamie Coleman, pastor de la Nexus Community Church de Dallas. La iglesia se reúne en el centro comunitario de un gran complejo de apartamentos lleno de refugiados. Calcula que unas quinientas familias de afganos viven en un radio de tres kilómetros de distancia de la iglesia.
Los miembros de la iglesia están estableciendo relaciones, están llegando a conocer a los afganos como personas.
«Tener un amigo para poder escuchar cómo están experimentando la vida aquí en contraste con cómo es la vida en Afganistán. Les encanta compartir eso», dijo. «En Afganistán, los hermanos y los padres viven juntos en grandes casas, tienen una vida comunitaria. Aquí es extremadamente diferente, con mucha presión para pagar las facturas y trabajar, trabajar, trabajar».
Las mujeres afganas que llevan la cabeza cubierta se sienten como si fueran objetivos cuando salen en público en Estados Unidos, dijo Coleman. Muchas de ellas son analfabetas y no tienen educación, no saben conducir y luchan contra el aislamiento y las barreras culturales. Los estadounidenses pueden brindarles una comunidad segura.
«Conocemos sus historias. Tomamos té con ellas», dijo. «Es muy natural y relacional. Simplemente se trata de escuchar bien».
Coleman saca un té de azafrán que le regaló un amigo afgano refugiado en Dallas. Un bonito regalo, pero más importante por su potencial.
«Hay cientos de conversaciones con afganos en este paquete de té», dice Coleman. «He ofrecido este paquete de té al Señor».
Según Loewen, hay una palabra griega para esto. Es philoxenos, o «amar al extranjero». Así es como se supone que los cristianos deben tratar a sus vecinos, y también es la clave, dijo, de la obra de asistencia extranjera.
La historia real
También es la forma en que muchos afganos lo recibieron a él y a otros obreros extranjeros: con hospitalidad. Mientras Loewen revisa su teléfono en busca de actualizaciones de sus amigos, en esta época tumultuosa, también está planeando su próximo viaje de regreso.
Se perdió la visita del año pasado debido a la pandemia de COVID-19. Tampoco sabe cuándo podrá ir la próxima vez, pero habla de los amigos que visitará, las conversaciones que tendrá, la poesía que disfrutará y la deliciosa comida que comerá.
Recuerda que aceptó una invitación para llevar a unos visitantes a la casa de un afgano en 2006. Loewen empezó a preocuparse por la presión económica que una comida copiosa podría suponer para su anfitrión.
«Le dije: “Por favor, tómatelo con calma, no te pases con la comida”», cuenta Loewen. «Me ignoró como si dijera: “No es asunto tuyo” … y luego dijo: “El estómago es tuyo; los invitados son míos”. En otras palabras, puedes comer tan poco como quieras, pero yo voy a disfrutar de los invitados».
Aquella noche partieron el pan juntos, a menudo comiendo de los mismos platos, compartiendo algunas de las mejores carnes que los visitantes habían comido jamás, junto con ravioles al estilo afgano y otras delicias que Loewen, si piensa en ellas, aún puede saborear.
Hubo muchas comidas como aquella, compartidas por muchos afganos y por muchos obreros extranjeros. También habrá muchas más.
Y esa es la historia que quieren contar los cristianos que trabajan con afganos en Estados Unidos y en Afganistán: una historia de hospitalidad y amistad.
Rebecca Hopkins es una periodista que vive en Colorado. Pasó catorce años en Indonesia y escribe sobre el trabajo internacional sin ánimo de lucro.
Traducción en español por Sofía Castillo.
Edición en español por Sofía Castillo y Livia Giselle Seidel.