Cuando RZIM ratificó los informes de que Ravi Zacharias era culpable de abusos calculados y en serie, me sentí destrozado. Recuerdo haber escuchado el programa de Ravi en la radio cuando estaba en bachillerato [high school] y haber visto cómo mantenía hechizado a un auditorio repleto en la universidad. Devoraba todo el contenido suyo que podía. Me parecía como un C. S. Lewis moderno, que casaba la razón y la imaginación, que satisfacía el corazón y la mente, pasando sin esfuerzo de Malcolm Muggeridge a The Moody Blues.
Tras reflexionar, me di cuenta de que parte del orgullo que sentía al escucharlo tenía que ver con lo mucho que Ravi se parecía a mí. Como descendiente de filipinos que ha crecido en un entorno predominantemente blanco, me parecía que Ravi, un americanocanadiense nacido en India, parecía ser el mejor ejemplo de lo que yo podría llegar a ser. Entre otras cosas, me dio la esperanza de ser aceptado por la cultura predominante, una cultura que se podía conquistar a través de la educación, la erudición y la elocuencia.
Recuerdo que Ravi una vez respondió a una pregunta citando el poema de Francis Thompson “In No Strange Land” [“En tierra conocida”], el cual describe un escenario imaginario en el que Jesús va caminando por la ribera del río Támesis en Londres. Cerró de forma magistral: “¡Él te encontrará allá donde estés!”. Pero, pasados todos estos años, me he sentido devastado al enterarme acerca de dónde estaba Ravi en realidad y de lo que estaba haciendo. Ha sido igualmente devastador enterarme de que Ravi había sido aislado y protegido de la rendición de cuentas por un círculo de personas cercanas, sobrepasadas en parte por su carisma y en parte por su tajante intimidación.
Como pastor y profesor al que le preocupa la revitalización de la apologética para el beneficio del evangelio, la historia de RZIM me hace poner los pies en el suelo para observar el futuro del movimiento desde una perspectiva más amplia. No hay duda de que la depravación de Ravi ha dañado irreparablemente su legado, así como al ministerio que ahora está cambiando su nombre y se está retirando de la apologética.
Como informó recientemente CT, la que una vez fue una gran organización de apologética a nivel mundial, ahora será reducida significativamente y encauzará parte de sus recursos a la reparación de los daños, financiando organizaciones que cuiden de las víctimas de abuso sexual.
Para algunos observadores, existe una conexión problemática entre la práctica contemporánea de la apologética y el potencial para el abuso. Nuestra idea de un apologeta tiende a ser la de un sabio sobre el escenario: un retórico preparado para responder a cualquier objeción posible. Pero idolatrar la brillantez oratoria quizá haga que nos contentemos con el dominio de los argumentos, mientras seguimos sin ser dominados por el Espíritu. Para los detractores, la caída de Ravi es el último clavo del ataúd de la práctica apologética tradicional.
¿La caída de Ravi ha revelado la inutilidad y el fracaso de la apologética popular? ¿Qué efecto, si acaso tiene alguno, tendrá sobre la comunidad de apologetas en general?
La apologética tradicional, que se ocupa de responder las objeciones a la fe cristiana, continúa teniendo gran aceptación dentro de los círculos evangélicos. Tanto las obras clásicas como las contemporáneas tienen grandes ventas; en los campamentos de perspectiva mundial abundan estudiantes a punto de entrar en la universidad; y nuevas voces están floreciendo en plataformas en línea como YouTube.
La mayoría de los textos contemporáneos sobre el tema incluyen una defensa de la apologética frente a sus cultos detractores. Dichos autores sostienen que los problemas no los tienen tanto con la apologética en sí, sino con su mala ejecución. Algunos quieren apartarse de una confianza exagerada en la racionalización y moverse hacia recursos que tengan más que ver con la revelación divina, las relaciones o la imaginación. Otros han defendido más bien los enfoques que se caracterizan por la virtudes del símbolo de la cruz: humildad, amabilidad, paciencia y amor.
Sin embargo, cada vez hay más recelo contra la disciplina, especialmente entre los evangélicos más jóvenes. Hace no mucho estaba dando una clase de apologética en un seminario evangélico y me sorprendió el número de estudiantes que buscaron una disculpa para no asistir. Mis estudiantes tenían preguntas difíciles: ¿Acaso no es imposible convencer a alguien de tener fe con base en argumentos? ¿Acaso la apologética no es solo eficaz para los que ya están convencidos? ¿Acaso no es la apologética un mal sustituto del evangelismo relacional y del discipulado?
La caída de Ravi ha dado un nuevo impulso a las críticas de los modelos tradicionales. A nosotros, debería servirnos para ser más humildes. Como ocurre con la caída de otros líderes célebres, esta historia representa no solo un fracaso individual, sino uno institucional.
El antiguo ministerio de Ravi está en proceso de arrepentimiento y reparación. Sin embargo, como líderes del pensamiento cristiano y miembros de la iglesia global, ¿cómo podemos sanar la cultura de la gran comunidad apologética? ¿Cómo podemos dejar de perpetuar los ciclos de celebridad, complicidad y abuso? Mientras pasamos el duelo y buscamos ser mejores, ¿qué lecciones deberíamos tomar en serio?
Escuchando las conversaciones que han tenido lugar entre los profesionales de la apologética, he logrado identificar cuatro temas.
1. Demostremos un compromiso con la verdad incluso cuando las consecuencias duelan.
Tradicionalmente, los apologetas se han presentado como valientes buscadores de la verdad. Pero cuando surgieron preguntas acerca del carácter y la conducta personal de Ravi, parte de la verdad estaba fuera de alcance. Aun así, como solía decir el fallecido Dallas Willard, la realidad es “aquello con lo que tropezamos cuando nos equivocamos, una colisión en la que siempre salimos perdiendo”.
En una época de tribalismo y polarización política, nos sentimos tentados a buscar la verdad siempre y cuando esta legitime nuestra posición como la correcta. Si nuestro único objetivo es ganar, la verdad se puede convertir en algo instrumental, o incluso innecesario, para esa aspiración. “Ganarles a los del otro bando” no requiere nuestra transformación, como tampoco a las dos hermanas de la verdad: la bondad y la belleza.
“En un Occidente poscristiano, que cada vez rechaza más la bondad y la belleza del cristianismo, deberíamos hacernos cargo del hecho de que demasiado a menudo la evidencia empírica sustenta este caso”, me contó Joshua Chatraw, director del Centro para el Cristianismo Público. “Aunque quizá también sea una oportunidad. En una cultura vertiginosa, donde la mayoría lucha por los recursos que motiven un arrepentimiento sincero, practicar el arrepentimiento público es nuestro primer paso para volver a sustentar nuestro propósito”.
2. Distingamos el mensaje del mensajero (pero no los dividamos).
Después de la caída de Ravi, las voces de la comunidad apologética procesaron sentimientos de duelo y traición en sus plataformas públicas. Surgió una voz a coro bastante consistente: miren a Jesús. Confíen en Jesús, que nunca fue culpable de abuso de ninguna clase. Como les dijo Alissa Childers a los seguidores de su popular canal: “No pongan su fe en su apologeta favorito de YouTube”.
Lo mejor que un apologeta puede hacer es dirigir a la gente hacia Cristo. Pablo les dijo a los corintios: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” (2 Corintios 4:5, NVI). Hay una diferencia, sin embargo, entre hacer esta distinción antes o después de que haya salido a la luz un escándalo.
Cuando los líderes fallan, es tentador separar el mensaje del mensajero en nombre de la gestión de imagen, pero distinguir entre los dos no puede ser una maniobra de relaciones públicas. El mensaje siempre está encarnado en la vida de una persona (o una comunidad) que hace creíble la idea. Si somos parte de una organización o de una iglesia donde se descubre oscuridad, distanciarnos de una figura pública abusiva no nos deja libres de culpa. El carácter importa. Por esta razón, a los líderes se les debería apartar de su cargo y se debería revelar su cultura institucional tóxica.
Y para aquellos que se preguntan acerca de la ayuda que recibieron de parte de líderes en desgracia, la distinción importa también. Los estudiantes de Historia de la Iglesia recordarán a los donatistas, que defendían que el valor de los actos pastorales dependía de la pureza con la que uno los realizaba. Un ministro indigno invalidaría la gracia que viene a través de los sacramentos. La pregunta es obvia: ¿Cuán buena es la gracia cuando viene a través de las manos de los ministros que han caído?
En respuesta, la iglesia rechazó la línea de pensamiento donatista y adoptó la postura de que la gracia no depende de la dignidad del ministro, sino de Dios, quien obra a través de los débiles y los indignos. El fracaso moral puede invalidar un ministerio, pero nunca puede invalidar la gracia de Dios, que viene a nosotros a través de Jesucristo.
Mientras la iglesia se recupera de la caída de Zacharias y de RZIM, los líderes a quienes les importa el movimiento de la apologética cristiana pueden seguir adelante aferrándose a esta verdad: nosotros no nos encomendamos a la fe porque hayamos encontrado todas las respuestas, sino porque nos encontramos en desesperada necesidad del Salvador al que nos encomendamos.
3. Reclamemos la fe como un proyecto comunitario en vez de como un logro individual.
Es digno hacer preguntas sobre la apologética, no solo por aquellos que hablan desde el escenario, sino también por los que se dirigen a multitudes a través de las pantallas. De hecho, ¿qué clase de formación de carácter se les requiere a los apologetas de Internet? Un medio que privilegia los puntos de vista y la viralidad tienta a los líderes para que desarrollen una diferenciación cada vez mayor entre su vida pública y la privada.
No obstante, cualquier creador de contenido te dirá que construir una audiencia tiene tanto que ver con compromiso y dedicación, como con el valor de producción. Hasta el grado de que se puede cultivar una comunidad real en espacios en línea, los apologetas de Internet pueden seguir conectados orgánicamente con aquellos a los que buscan servir.
Pero ni siquiera esto es sustituto de un compañerismo corporal en una congregación local. En su reciente libro After Doubt [Después de la duda], A. J. Swoboda suplica a los que dudan que no reemplacen la iglesia local por voces incorpóreas.
“Pide pizzas y compra libros por Internet”, escribe él, “pero no lleves ahí tus dudas y preguntas más íntimas. Tráenoslas a nosotros, el pueblo de Dios que estamos en el campo. Por favor, no nos reemplaces. Cuestiona la suposición de que tener un doctorado es lo mismo que ser sabio, o la suposición de que ‘lo más visto’ o lo ‘viral’ tiene algo que ver con la veracidad”.
En otras palabras, la persuasión cristiana debe tener los pies en lo espeso y lo concreto de la comunidad cristiana. Como líderes de iglesia y líderes laicos, a menudo subestimamos lo importante que es que nuestra fe esté entrelazada con la fe de nuestras comunidades. La fe de nuestra comunidad puede sostenernos cuando es difícil sostenernos a nosotros mismos. No obstante, el peligro llega cuando nos parece bien intercambiar nuestro arraigo concreto en una comunidad local de creyentes por la fe aparentemente inasible de un forzudo. Le permitimos a una figura pública que piense y crea por nosotros.
Por el contrario, el mejor lugar para que la creencia se haga creíble es en la comunidad local y corpórea. El sabio del escenario (o de la pantalla) puede suplementar y preparar el camino, pero no debe reemplazar a los guías que están a nuestro lado.
4. Apoyemos tanto a los apologetas “con mayúscula” como a los apologetas “con minúscula” en el contexto de la iglesia local.
Hace unos diez años, el tercer congreso del Movimiento de Lausana para la evangelización mundial en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, juntó a 4,200 líderes evangélicos de 198 países y produjo el Compromiso de Ciudad del Cabo, que incluyó un llamado a “la dura tarea de una apologética sólida”. Parte de la invitación fue a equipar y orar por aquellos “que están en condiciones de abogar por la verdad bíblica y defenderla en el ámbito público”. A ellos los llamo “apologetas con mayúscula”.
Los apologetas con mayúsculas vienen equipados con respuestas, pruebas filosóficas y puntos de vista convincentes para las preguntas difíciles. Aunque a veces se les ha despreciado, juegan un importante papel en la sociedad y a menudo despejan el camino de barreras intelectuales para que una persona pueda avanzar mucho más en la fe o en la exploración de la fe. Por ejemplo, estoy agradecido por el ministerio de personas como William Lane Craig, que ha servido a la iglesia en ese espacio durante varios años.
Sin embargo, en general, asumir que los apologetas con mayúsculas son el modelo preferido para la persuasión cristiana establece un precedente peligroso. Si los practicantes cotidianos tienen el potencial de hacerse adictos a “tener todas las respuestas”, entonces nos podemos imaginar el peligro para los que ofrecen respuestas de manera profesional.
“Ravi viajaba por trabajo durante 200, 250 días al año; no era miembro de una iglesia”, dijo Sam Allberry [enlace en inglés], un conocido conferencista de RZIM. La presión de estar desconectado y siempre de viaje es algo arriesgado para cualquier líder, pero especialmente cuando eres un promotor público de la fe. A menudo, mantener un aura de invencibilidad se convierte pronto en parte de la descripción del puesto de trabajo.
En ese sentido, los profesionales con mayúsculas necesitan oración y rendición de cuentas. Necesitan amigos y colegas que los conozcan lo suficientemente bien como para no sentirse impresionados: gente que los ame tanto como para decirles la verdad. Los apologetas individuales deben estar arraigados y bajo la autoridad de congregaciones locales precisamente porque la apologética y la fe son en esencia empresas comunitarias.
El Compromiso de Ciudad del Cabo incluía un segundo componente en su compromiso apologético: “equipar a todos los creyentes con la valentía y las herramientas necesarias para relacionar la verdad con la conversación pública cotidiana, haciéndolo con relevancia profética, para así interactuar con cada aspecto de la cultura en que vivimos”.
Gracias a Dios, la mayoría de nosotros no tratamos, ni debemos tratar, de convertirnos en apologetas “con mayúscula”. En cambio, buscamos ser apologetas “con minúscula”, involucrados en las conversaciones del día a día. Buscamos llevar las preguntas, las esperanzas y las penas de nuestro prójimo, junto con las nuestras, ante el Salvador que nos llama a seguirle.
Justin Ariel Bailey es profesor de teología en la Universidad de Dordt y autor de Reimagining Apologetics (IVP Academic, 2020). También es ministro ordenado por la Iglesia Cristiana Reformada y ha servido como pastor en entornos filipino-americanos, coreano-americanos y caucásico-americanos en los Estados Unidos.
Speaking Out es una columna de opinión para invitados de Christianity Today y (a diferencia del editorial) no representa necesariamente la opinión de la publicación.
Traducción por Noa Alarcón
Edición en español por Livia Giselle Seidel