Church Life

Por qué nos desalienta alabar al Señor de forma remota

Enseñanzas de un año sin reuniones de alabanza presenciales.

Christianity Today April 26, 2021

Hace un año, mi esposo y yo todavía estábamos aprendiendo cómo salir de casa los domingos por la mañana para ir a la iglesia con nuestros hijos, uno de dos años, y el otro de cinco meses, durante las semanas más frías del invierno en Iowa. Ahora, al igual que muchos, disfrutamos las mañanas dominicales más tranquilas al “asistir” a la iglesia por Zoom, generalmente sentados en el sillón o en el piso con nuestros inquietos hijos pequeños.

A veces disfruto las ventajas de nuestra nueva rutina matinal de los domingos, pero cada semana siento punzadas de tristeza cuando mi hija escucha la música, mira a la pantalla y automáticamente pierde todo interés. Recuerdo cuán atenta estaba antes a los sonidos, las vistas y las vibraciones de la alabanza congregacional… antes de la pandemia. Recuerdo cuán atenta estaba yo también.

“La alabanza no se trata de nosotros” es un cliché que resume la idea de que cantamos en un acto de alabanza y sacrificio únicamente para Dios. He presenciado cómo repetidamente los líderes de alabanza alentaron este sentimiento durante el último año mientras buscaban ayudar a sus congregaciones a aprender a alabar como parte de un cuerpo que no podían oír o ver.

Brooke Ligertwood escribió en una publicación de blog para Hillsong [todos los enlaces de este artículo redirigen a contenido en inglés]: “¿Para quién es la alabanza? Advertencia: la alabanza no es para la gente. Es para el Señor”. De manera similar, Justin Rizzo de la International House of Prayer [Casa Internacional de Oración] le dice a los líderes de alabanza: “Solo Dios estará presente en sus tiempos de alabanza. No tendrán otra opción más que ministrar ante una audiencia de una sola persona. Únicamente esa [persona] es digna de su alabanza. La alabanza siempre se ha tratado de Él”.

Es comprensible que los líderes de alabanza nos animen a enfocarnos en Dios más que en las reuniones grupales en un tiempo en el cual no podemos estar juntos. El énfasis sobre una forma personal de alabanza, de uno a uno frente a Dios, es en algunas maneras beneficioso para aquellos que siguen conectándose a reuniones virtuales.

Ciertamente no es nuevo para los cristianos pensar de esta manera acerca de la música. Agustín escribió sobre la edificación de la fe personal y la experiencia emocional de cantar himnos y salmos. Lutero elogió el poder de la música para profundizar la comprensión de la teología. Hay una historia rica en la iglesia sobre el uso de la música para hacer crecer la fe individual.

No está mal instruir a una congregación para que concentre su devoción personal a su “audiencia de una persona”. Hacer esto en un momento singular como este, sin embargo, puede minimizar la pérdida que muchos de nosotros estamos sintiendo. Es ahora, cuando muchas iglesias han trasladado sus reuniones al mundo virtual o han reducido la cantidad de congregantes permitidos en una reunión presencial, que podemos ver cuán importante ha sido la alabanza corporativa para la fe que compartimos.

La alabanza también se trata de nosotros

Sí, la alabanza musical es primeramente una práctica espiritual. Los cristianos creemos que a Dios le importa la alabanza corporativa y que las voces que se entonan no deben glorificar a nadie más que a Él. Sin embargo, decir que la alabanza musical no es para la gente, para mi sensibilidad de musicóloga, pasa por alto la realidad de que la alabanza de la congregación sí beneficia a la gente, y debe hacerlo. Reconocer esto puede ayudarnos a entender por qué, en tiempos como estos, la alabanza sin la congregación se siente vacía, decaída o forzada.

Muchos cristianos entienden a la alabanza corporativa en parte como un deber, algo que practicamos en obediencia a la Biblia. Pero también hay beneficios prácticos y sociales cuando estamos juntos en comunión alrededor de la música.

“He aprendido mucho sobre la alabanza presencial”, dijo Hannah Busse, directora de alabanza en Blackhawk Church en Madison, Wisconsin. Cantar con otros “activa nuestros cerebros de una manera diferente a que si solo habláramos o escucháramos algo… tiene una función única en nuestra formación espiritual”.

Monique Ingalls, profesora adjunta en el Centro para Estudios Musicales de la Universidad Baylor, observa que la alabanza corporativa es una parte central de las reuniones religiosas en la mayoría de las tradiciones cristianas “porque la producción participativa de la música transmite de forma poderosa un sentimiento de comunidad”, y ayuda a promover los lazos sociales.

Cualquiera que haya dirigido la alabanza —y muchos de nosotros que lo hemos experimentado y nos encontramos echándola de menos durante los tiempos de COVID— comprende a qué se refiere Monique.

Sócrates Pérez, pastor de alabanza en Saddleback Church, lo explica así: “Cuando cantamos estas canciones y estas verdades… siempre es una fuente de ánimo para mí como creyente escuchar a mi hermano o hermana en Cristo a mi lado declarar [esas verdades] con todo su corazón”.

El canto de la congregación nos hace estar inmersos en la alabanza. El etnomusicólogo Nathan Myrick sugiere que representa una parte especialmente significativa de las reuniones de las iglesias porque involucra tres esferas diferentes: la física, la emocional y la relacional.

La alabanza corporativa implica una participación y cercanía física, ya sea a través del canto o de cualquier otro movimiento. A menudo provoca emociones, ya sea en respuesta a la letra de una canción, a series de sonidos, recuerdos o asociaciones. Construye y refuerza relaciones dentro de la congregación, y entre líderes y congregantes. Esta dimensión relacional se extiende a nuestra comprensión del canto corporativo como un acto de comunicación con Dios.

Permiso para estar insatisfecho

El creyente que tiene dificultades para adorar en casa puede sentir que algo está mal en su vida espiritual o emocional cuando su corazón no se emociona cantando por Zoom. Los líderes están en lo correcto cuando señalan que nuestra alabanza no es menos valiosa para Dios cuando no podemos reunirnos como congregación, pero también le pueden dar a los congregantes la libertad de aceptar su insatisfacción con la alabanza musical en una pantalla.

“No culpamos a nadie por ese anhelo… afirmamos ese anhelo”, dijo John Cassetto, director de alabanza global en Saddleback. “El fin de semana que viene es nuestra semana virtual número 52… hay un sentido de lamento en ello”.

¿Por qué es tan importante que reconozcamos lo que hemos perdido? No solo se siente diferente, es diferente. Nadie debería sentir la presión de recrear la experiencia espiritual y emocional de la alabanza corporativa a través de un enfoque interno de “audiencia de una sola persona”.

Liberarnos a nosotros mismos de expectativas irreales puede llevarnos a nuevas prácticas y experiencias de alabanza que sean del todo individuales, incluso terapéuticas, y únicas para estos momentos difíciles. Cassetto se refiere a estas como “nuevas corrientes en el desierto” para adoradores y líderes, nuevas maneras creativas de usar la música para facilitar la alabanza.

Es probable que muchos hayan descubierto un nuevo aprecio por la escucha meditativa [de la música de alabanza]. Cantar con la pantalla de la televisión se siente extraño, así que esperaría que muchos de nosotros hayamos encontrado refugio y conexión con Dios a través de escuchar, orar y reflexionar. Si usted se siente libre para disfrutar ese tipo de alabanza musical sin sentirse culpable por preguntarse si debería estar cantando, entonces esa puede ser su corriente en este desierto.

Días santos sin himnos

Sinceramente, no he encontrado muchas corrientes musicales en este desierto. Ha pasado un año desde la última vez que canté en una sala llena de gente con quienes comparto la misma fe. A lo largo de ese año, aun cuando tenía la libertad de escuchar o cantar con otros adoradores de forma virtual, sentí que me había perdido los himnos contemplativos del Viernes Santo, los himnos de celebración de la Pascua y, los más difíciles para mí: los villancicos de la temporada del Adviento.

Era casi como si estos días santos no hubieran ocurrido. Si no cantaba “Noche de paz” con una vela en la mano en la Víspera de Navidad y después compartía galletas y chocolate caliente en el atrio, ¿realmente había guardado la Navidad? Por supuesto, la respuesta es sí. Mi familia sí celebró las fechas importantes del calendario litúrgico. No creo que nuestra participación haya sido menos “real” o espiritual o sincera. Estas celebraciones fueron más difíciles. Requirieron de más fe. Se sintieron, por momentos, más como un sacrificio de tiempo y esfuerzo.

Al final, las pérdidas que hemos experimentado son nuestras pérdidas. Quizás valga la pena recordarnos a nosotros mismos que esta pandemia y sus restricciones no le han quitado a Dios la alabanza que se merece. Cuando dejamos de cantar y de tocar música juntos, no perdemos la presencia de Dios con nosotros o la capacidad de adorar en espíritu y en verdad. Perdemos la presencia del otro.

Nunca he sido más consciente de que mi alabanza es una forma de servir a mi comunidad, y que la alabanza de mi comunidad también me sirve a mí. Es una manera que tenemos de fortalecer nuestra fe y de avanzar hacia la unidad. En su sermón “A Knock at Midnight” (Un llamado a medianoche), Martin Luther King Jr. escribió sobre la alabanza corporativa: “La alabanza en su mejor forma es una experiencia social en la cual personas de todos los niveles de vida se juntan para afirmar su unidad como hermanos y como cuerpo bajo el gobierno Dios”.

Hace un año que muchos de nosotros no hemos podido participar en la alabanza “en su mejor forma”. Lamentamos esa pérdida y esperamos con expectativa aquel momento cuando escuchemos otra vez las voces de nuestros hermanos a nuestro alrededor.

Kelsey Kramer McGinnis es musicóloga, pedagoga y escritora. Tiene un Doctorado de la Universidad de Iowa y enfoca su investigación en la música en comunidades cristianas y la música como propaganda.

Traducción por Sofía Castillo

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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