Las profecías no cumplidas sobre Trump brindan una enseñanza de humildad

En lugar de asediar a los profetas que ya se han disculpado, sería mejor que nos unamos a ellos.

Christianity Today January 27, 2021
Matthew Hatcher / Getty Images

Las profecías fallidas en torno a la reelección de Donald Trump pueden haber dañado la credibilidad del movimiento carismático independiente del cristianismo evangélico estadounidense más que ningún otro acontecimiento desde los escándalos de los televangelistas de la década de 1980. Esto ha causado que algunos critiquen al cristianismo en su totalidad, y legítimamente nos inviten al autoanálisis.

No me malinterpreten: yo soy carismático, y la mayoría de los pastores pentecostales y carismáticos que conozco no prestaron atención a dichas profecías. Sin embargo, las millones de visualizaciones y veces que fueron compartidas en las redes sociales demuestran que muchas personas sí estaban al tanto de ellas.

El primer paso para corregir los errores es admitir que los hemos cometido. Tras la toma de posesión del presidente Joe Biden, algunos de los que profetizaron la reelección de Trump siguen insistiendo en que tenían razón. Tal vez las elecciones fueron robadas o serán anuladas, o en algún reino místico Trump es espiritualmente presidente. Algunos simplemente cambian de tema. Por desgracia, sus seguidores más acérrimos pueden conformarse con eso.

Otros reconocen que las profecías deben ponerse a prueba y, al afirmar la victoria de Biden, de manera implícita admiten que se equivocaron. Sin embargo, algunos profetas han llamado la atención de carismáticos y no carismáticos por igual al confesar públicamente que sus profecías fueron erróneas, ofreciendo a la vez una disculpa pública.

R. Loren Sandford, Jeremiah Johnson y Kris Vallotton han expresado hace poco su remordimiento e incluso arrepentimiento por haber profetizado incorrectamente que Trump volvería a ganar en 2020. Los tres nos instan a orar y a trabajar respetuosamente con el nuevo gobierno.

Las explicaciones que dieron acerca de cómo pudieron haber escuchado mal la voz de Dios pueden servir para evitar errores similares en el futuro. Mientras tanto, aquellos de nosotros que podríamos estar tentados a decirles "se los dije", debemos recordar que Dios exige la misma humildad de nuestra parte (Gálatas 6:1; 1 Tesalonicenses 5:19-20).

Sus confesiones, así como los ejemplos de varios profetas a lo largo de las Escrituras, ofrecen algunas advertencias útiles sobre la influencia de la presión de grupo, el orgullo y la arrogancia, así como la necesidad de que los cristianos permanezcan cautelosos sobre sus predicciones, dispuestos a ser corregidos cuando sus interpretaciones resulten ser falsas.

Los profetas y la presión de grupo

Sandford, que tiene una maestría en Divinidad del Seminario Teológico Fuller, es la única de las voces proféticas vigentes que yo ya conocía con anterioridad. Tiene un historial muy bueno. Soy testigo de que, al comienzo del primer mandato del presidente Trump, predijo que una crisis económica causada por circunstancias ajenas a los Estados Unidos afectaría el cuarto año de su gobierno, y que los acontecimientos posteriores dependerían en parte de que Trump aprendiera a controlar su retórica divisiva.

A pesar de ello, Sandford se sumó al coro profético que anunciaba la reelección del presidente. Ahora, él confiesa que permitió que la unanimidad que vio en otros profetas influenciara su propio sentir.

"Hasta la fecha siempre he buscado al Señor por mi cuenta. Siempre he recibido primero palabra de Él, y después la comparaba con lo que otros decían", escribió la semana pasada en una disculpa pública. "Por lo tanto, lo primero que puedo confesar es que me aparté de esa disciplina. Me dejé atrapar por la corriente dominante y me dejé llevar por ella. Al hacerlo, en realidad puse en tela de juicio lo que el Señor ya me había dicho años atrás".

La presión de grupo puede ser intensa. Un mensajero le insistió a Micaías: "Mira, los demás profetas a una voz predicen el éxito del rey. Habla favorablemente, para que tu mensaje concuerde con el de ellos". (1 Reyes 22:13, NVI). Micaías fue el único que insistió en proclamar la verdad y fue encarcelado por ello. (En los Estados Unidos de hoy, lo único que perdería sería su relevancia en las redes sociales). Jeremías también expresó confusión porque su mensaje contradecía el de todos los demás profetas (Jeremías 14:13).

La revisión por pares es necesaria. En la iglesia de Corinto, donde muy pocos conversos llevaban más de un par de años de ser creyentes, los que profetizaban necesitaban evaluar lo que los demás decían (1 Corintios 14:29); el Espíritu permite esta evaluación (1 Corintios 2:13-16). Sin embargo, existe la posibilidad de depender demasiado de una red de revisión por pares: "Por eso yo estoy contra los profetas que se roban mis palabras entre sí —afirma el Señor—" (Jeremías 23:30).

Los profetas y el orgullo

Todos los creyentes oyen a Dios: cuando menos, el Espíritu de Dios testifica a nuestro espíritu que somos sus hijos (Romanos 8:16). Algunos tienen el don para escuchar la voz de Dios de forma más clara que otros. Dios nos ha concedido la medida de fe necesaria para diferentes dones, y por tanto, algunos profetizan, es decir, escuchan la voz de Dios y hablan en su nombre con más plenitud (Romanos 12:3,6).

Por desgracia, si nos confiamos demasiado acerca de nuestro don, podemos hablar más allá de la medida que se nos ha concedido. (Esa es una tentación ante la que también podemos sucumbir los que tenemos el don de enseñanza; sin duda los que tienen el "don" de comentar en las redes con frecuencia lo hacen). El orgullo puede engañarnos: los seres humanos somos tentados con frecuencia a atribuirnos el mérito de la obra o el don de Dios, como si todo se tratara de nosotros mismos. Un don, ya sea de profecía, de enseñanza, de ayuda o algo similar, no nos hace mejores que nadie; por definición, es algo que recibimos y no se basa en nuestros méritos (1 Corintios 4:7).

No todos los que escuchan la voz de Dios lo hacen en un mismo nivel: a menudo, las visiones y los sueños son como acertijos que requieren interpretación, a diferencia de cuando Dios habla en persona, como lo hizo con Moisés (Números 12:6-8). La mayoría de nosotros solo experimentaremos ese conocimiento de Dios cara a cara cuando nos encontremos con Jesús a su regreso (1 Corintios 13:8-12). Las impresiones e incluso las profecías más fluidas siguen emanando de vasos frágiles. La seguridad que tenemos en el Señor de que todo saldrá bien no siempre significa que el resultado será el escenario que nosotros imaginamos cuando pensamos en lo que significa que “todo saldrá bien”.

Los profetas más humildes que se han equivocado han pedido disculpas. Incluso cuando hablamos por primera vez, debemos ser humildes y formular nuestras opiniones con cautela cuando haya incertidumbre.

Los profetas y la arrogancia

A veces queremos oír una cosa de parte del Señor cuando él tiene algo diferente que decirnos. Sandford se lamenta de que, en cierto modo, él cayó en la tendencia de “escuchar lo que queremos escuchar”.

A veces nos vemos tentados a hablar solo porque la gente espera que lo hagamos, pero eso puede suponer el riesgo de apoyarse en las impresiones o inclinaciones más ambiguas, llenándonos así de "visiones que se han imaginado y que no proceden de la boca del Señor" (Jeremías 23:16). "Yo no envié a esos profetas, pero ellos corrieron; ni siquiera les hablé, pero ellos profetizaron. Si hubieran estado en mi consejo, habrían proclamado mis palabras a mi pueblo; lo habrían hecho volver de su mal camino y de sus malas acciones." (Jeremías 23:21-22).

Julian Adams, quien profetizó específicamente y acertadamente acerca de mí y de mi esposa, también me dijo que la gente esperaba que él profetizara sobre ciertos eventos venideros. Me dijo que se resistió porque el Señor simplemente no le había dicho nada sobre tales sucesos. No profetizó el resultado de las elecciones. Y no es una sorpresa: el Señor no reveló todo de manera sobrenatural, ni siquiera a Eliseo (2 Reyes 4:27).

Aunque es posible que en ocasiones coincidan en sus declaraciones, los futuristas no son profetas. La profecía bíblica consiste en proclamar la palabra del Señor, que es más una cuestión de revelar el corazón de Dios (predicar) que de pronosticar (predecir). Ser un hábil futurista, es decir, alguien capaz de predecir tendencias con base en eventos actuales e información relevante, es de valor para la planificación, pero no se compara con el don bíblico de profecía. E incluso los futuristas son propensos a dar predicciones erróneas cuando obtienen su información de una sola fuente, ya sea de la derecha o de la izquierda.

También debemos ser versátiles a la hora de aplicar lo que creemos haber escuchado. Jeremiah Johnson hizo varias predicciones acertadas, incluyendo la elección de Trump en 2016, incluso cuando era un candidato con bajas probabilidades al principio de las primarias presidenciales del Partido Republicano. No obstante, en su disculpa confiesa que le dio mucho peso a la profecía que había escuchado antes. El hecho de que Dios nos muestre un propósito para una temporada no significa que este continuará siendo su propósito.

Jonás se enfureció cuando Dios cambió de parecer y no llevó a cabo el juicio prometido contra los ninivitas (Jonás 3:4-4:3), pero el Señor le recordó a Jeremías que el arrepentimiento o la apostasía alterarían los resultados (Jeremías 18:6-11). Dios tenía un propósito en hacer que Samuel ungiera a Saúl como rey de Israel. Pero Samuel no supuso que la instrucción anterior significaba que Dios planeaba que Saúl tuviera un segundo mandato si no maduraba durante su llamado.

Elías profetizó la destrucción de la dinastía de Ajab, pero después Dios le dijo que, debido al arrepentimiento de Ajab, el juicio se retrasaría (1 Reyes 21:28-29). Mis amigos teólogos tienen diversas opiniones para explicar esto; mi interpretación personal es que, aunque Dios conoce los resultados de antemano, en varias ocasiones nos dice justo lo que necesitamos en ese preciso momento. Tenemos que estar preparados para cambiar de rumbo cuando sea necesario.

Los profetas y los púlpitos públicos

Los reyes malvados les daban el púlpito a los falsos profetas o los corrompían por medio de favores políticos (1 Reyes 18:22; 22:6-7; 2 Reyes 3:13; 2 Pedro 2:15). Pero, hoy en día, ¿quién hace eso con los profetas, ya sean verdaderos o falsos?

La rendición de cuentas a nivel local ha evitado algunos errores y ha facilitado el proceso de autoanálisis para aquellos que se han arrepentido públicamente de sus errores públicos. El capítulo 13 del libro de Hechos nos muestra a profetas y maestros dirigiendo la comunidad de la iglesia en Antioquía. Aun cuando el profeta extranjero Ágabo predijo una hambruna global (que al parecer afectó a diferentes partes del Imperio romano de oriente en diferentes circunstancias), los creyentes de Antioquía tuvieron que decidir cómo responder (Hechos 11:27-30). Los que escuchan la voz de Dios deben ser puestos a prueba y practicar en grupos pequeños (de forma similar a las antiguas casas que funcionaban como iglesias) y otros niveles locales con potencial de causar menos daño, antes de subir al escenario nacional.

Lamentablemente, las redes sociales hacen casi imposible controlar el escenario nacional, y los cristianos norteamericanos consumistas tienden a sentirse atraídos a lo que sus oídos quieren escuchar (2 Timoteo 4:3-4). No es culpa de los verdaderos profetas y maestros si los falsos obtienen un mayor número de visualizaciones. Los tiempos en los que la voz profética guarda silencio en la tierra son tiempos de desesperación, o incluso de juicio (1 Samuel 3:1; Salmo 74:9; Isaías 29:10-12), pero los tiempos en los que domina la falsa profecía son aún peores (Jeremías 37:19; Zacarías 13:1-6).

Esto quiere decir que la ley de la oferta y la demanda puede afectar los medios religiosos: cuando la gente no quiere profecías verdaderas, obtendrá las falsas. La gente le dice "a los profetas: ‘¡No nos sigan profetizando la verdad! Dígannos cosas agradables, profeticen ilusiones" (Isaías 30:10). "Los profetas profieren mentiras, los sacerdotes gobiernan a su antojo, ¡y mi pueblo tan campante! Pero ¿qué van a hacer ustedes cuando todo haya terminado?" (Jeremías 5:31).

Si los consumidores de una determinada inclinación, ya sea política o de cualquier otro tipo, quieren escuchar profecías que apoyen sus deseos, los profetas que satisfagan esas necesidades llegarán a ser más populares. La historia reciente indica que algunos de ellos conservarán a la mayor parte de su audiencia aun después de que sus profecías fracasen.

Particularmente en tiempos difíciles, la mayoría de los profetas le dicen a la gente lo que quiere oír (Jeremías 6:14; 8:11; 14:13), lo que hace que todo se dificulte más para los verdaderos profetas (15:10, 15-18; 20:7-18). Pero Dios revela el peso de la evidencia: "Los profetas que nos han precedido profetizaron guerra, hambre y pestilencia contra numerosas naciones y grandes reinos. Pero a un profeta que anuncia paz se le reconoce como profeta verdaderamente enviado por el Señor solo si se cumplen sus palabras" (Jeremías 28:8-9).

¿Tirar las frutas frescas con las podridas?

En el otro extremo de los defensores radicales de las profecías están los que son tentados a desecharlas por completo, olvidándose que también hay frutas frescas en el canasto. Cuando Pablo nos insta a examinarlo todo, también nos advierte que no despreciemos las profecías (1 Tesalonicenses 5:19-22). Cuando nos exhorta a examinar las profecías (1 Corintios 14:29), también nos llama a buscar este don (1 Corintios 14:1,39).

La que puede ser la denuncia más constante en la Biblia contra los falsos profetas (Jeremías 23) se efectúa por medio de un verdadero profeta: Jeremías. "El profeta que tenga un sueño, que lo cuente; pero el que reciba mi palabra, que la proclame con fidelidad. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano? —afirma el Señor—" (Jeremías 23:28).

Tres personas anónimas, que no se conocían entre sí ni me conocían a mí, le profetizaron por separado a Médine Moussounga en el Congo que algún día se casaría con un hombre blanco con un ministerio importante. No hay muchos hombres blancos en el Congo. Sin embargo, Médine y yo llevamos casados alrededor de diecinueve años.

Soy un profesor de Biblia que tiene la bendición de pasar la mayor parte del tiempo aprendiendo más sobre las Escrituras. Aquellos a quienes llamamos profetas y maestros tienen mucho que aprender los unos de los otros; los profetas pueden ofrecer una visión de cómo las Escrituras se aplican a nuestra generación (obsérvese a la profetisa Huldá en 2 Reyes 22:11-20). Sin embargo, ni los profetas ni los maestros escriben textos de las Escrituras en la actualidad.

Mientras que las profecías y las intuiciones espirituales deben ser puestas a prueba, las Escrituras llegan a nosotros luego de haber pasado las pruebas; hay buenas razones por las que las palabras de Jeremías están en nuestro canon bíblico, mientras que las de los profetas falsos de su época no lo están. La Palabra ofrece un cimiento confiable.

Ahora bien, incluso la Escritura debe ser interpretada, y las diversas interpretaciones (y tendencias políticas) afloran también en la enseñanza. Los que ejercemos el don de la enseñanza tratamos con la Palabra de Dios de forma mucho más explícita, pero incluso nosotros muchas veces diferimos en nuestras interpretaciones. Los maestros decimos: "La Biblia dice", pero nos equivocamos, nuestra interpretación es falsa. Los maestros serán juzgados con severidad (Santiago 3:1), por lo que también nosotros debemos ser humildes y estar dispuestos a ser corregidos.

Si juzgáramos a los maestros con la misma dureza con la que algunos juzgan a los profetas al decir cosas como "una interpretación errónea y te vas", es probable que hoy en día no tuviésemos ningún maestro. (Basándome en el contexto, difiero de la interpretación de "un solo fracaso" que muchos obtienen del libro de Deuteronomio y que hoy en día muchos aplican a la profecía, pero ese es otro tema). Pero en la mayoría de los casos, la Biblia reserva los títulos de falso profeta y falso maestro para los errores más graves. Si eso significa que nuestros comentarios o clases deben explicar de forma correcta cada versículo que abordamos, ¡la mayoría de nosotros solicitaría su jubilación ahora mismo!

¿Persecución o purificación?

Hoy tenemos un gran desorden por arreglar en el panorama cristiano de los Estados Unidos. Después de que el Congreso certificara la victoria del presidente Biden, Johnson se arrepintió públicamente de haber profetizado la reelección de Trump. Para su asombro, algunos que profesan ser cristianos lo denunciaron, lo maldijeron y hasta lo amenazaron de muerte. Aunque debemos evitar las teorías de la conspiración, varios sacerdotes y profetas idearon conspiraciones verdaderas para matar a Jeremías a causa de sus profecías antipatrióticas (Jeremías 11:21; 26:11). Los defensores más fervientes de las falsedades pueden resultar inamovibles.

En vez de asediar a los arrepentidos, haríamos mejor en unirnos a ellos. Aunque sigue creyendo que Trump habría sido la mejor opción, Johnson lamentó que muchos cristianos pusieran su esperanza en él. Ningún presidente ni ningún partido político, de derecha o de izquierda, puede ocupar el lugar de Jesús. Los profetas no son los únicos que necesitan arrepentirse.

Puede haber desacuerdo entre nosotros como cristianos, pero el arrepentimiento es indispensable cuando nos hemos dividido al poner la política por encima del único cuerpo por el que murió Cristo. Los profetas arrepentidos nos muestran el camino a seguir. Si buscamos avivamiento, el arrepentimiento y la humildad son un buen punto de partida.

Si bien el Señor nos ha humillado, también nos ha dado una oportunidad para aprender. Que recibamos esta oportunidad con los brazos abiertos y demos los pasos necesarios para unificar los diferentes dones del cuerpo de Cristo, buscando principalmente la humildad.

Craig Keener ocupa la cátedra F.M. y Ada Thompson en Estudios Bíblicos en el Seminario Teológico Asbury. Es autor de Christobiography: Memories, History, and the Reliability of the Gospels, el cual ganó el premio CT Book Award en 2020.

Traducido por Renzo Farfán

Edición en español por Livia Giselle Seidel

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