Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
A los 17 años de edad, yo no tenía ninguna aspiración profesional, aparte de asistir a la universidad. En mi último año de preparatoria, me enlisté en el ejército, planeando usar el GI Bill para pagar mi educación. Un amigo cercano, también un estudiante de primera generación (un término que luego aprendería), estaba haciendo lo mismo, así que simplemente seguí su ejemplo.
Unas semanas antes de mi graduación de la preparatoria, una maestra de matemáticas y una consejera escolar me brindaron algunos consejos muy necesarios, mostrándome otras maneras de pagar la escuela. Logré cancelar mi compromiso con el ejército y empecé mis estudios universitarios en un community college. Pagué la colegiatura y los cargos adicionales con la ayuda de seis fuentes: (1) Un programa de la Junta de Gobernadores (ahora llamada California Promesa Grant), eliminó el pago de los cargos adicionales (2) una beca Pell federal, (3) una beca Cal B, (4) ayude del programa the Education Opportunity Program’s book, (5) boletos gratis para el transporte público, y (6) el programa de trabajo dentro de la universidad (work study). En ese momento, no tenía idea de lo que significaba navegar el proceso de todos esos programas, pero los consejeros y los profesores gentilmente me guiaron en el trayecto.
En dos años, completé un plan de estudios de honores y los requisitos de transferencia para asistir a la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Su paquete de ayuda económica motivó mi decisión de inscribirme, a pesar de haber sido aceptada también en la escuela que había sido la primera en mi lista de preferencia —UC-Berkeley. Ya que no tenía un plan económico claro para el transporte de ida y vuelta al norte de California, me sentí abrumada, ya que para entonces me estaba sosteniendo sola económicamente.
Siendo latina de primera generación, por primera vez me di cuenta de que era pobre cuando me transferí a UCLA. No fue la variedad de subvenciones y empleos que necesitaba mientras vivía en el este de Los Ángeles; eran los bolsos de Gucci y otros artículos de lujo que llevaban otros estudiantes. Aun así, tenía sed de conocimiento y me concentré en mi nueva meta: ayudar a otros a perseverar en la universidad. Parte de mi deseo estaba arraigado en el egoísmo —me sentía solitaria siendo una de un de un puñado de estudiantes latinas y latinos en los salones de clase. Pero también quería devolver algo a mi comunidad.
Durante mi trayecto en la universidad, descubrí que me encantaba aprender. También aprendí que quería que otros como yo tuvieran menos dificultades durante la universidad. Varios consejeros académicos me animaron a continuar mis estudios, y tres años después comencé un programa de maestría. Mientras trabajaba para obtener mis títulos, tuve la oportunidad de regresar a mi escuela preparatoria para desempeñar diversos papeles, entre ellos, oficial de inscripción, tutora, asesora universitario y pasante profesional de postgrado. Luego trabajé para los programas Early Academic y California Student Opportunity and Access. A través de estos programas ayudé a los estudiantes a prepararse para la universidad.
Aprovechar el capital social
Recientemente, en el 2016 terminé mis estudios de doctorado en política educativa y contexto social en la Universidad de California en Irvine (UC-Irvine). Mi investigación exploró cómo proporcionar oportunidades y recursos de educación superior para estudiantes de primera generación de bajos ingresos. Las probabilidades están en contra de las poblaciones que no están representadas como debieran en la universidad que luchan por el éxito académico. Debido a que viví esta experiencia, sé —no solo porque las estadísticas me lo dicen— lo que uno tiene que luchar para que el sueño de entrar a la universidad y graduarse se vuelvan una realidad.
En mis estudios de investigación, estaba especialmente interesada en cómo la habilidad en las matemáticas afectó las trayectorias de mi comunidad. La investigación convencional ha demostrado que las matemáticas predicen la matrícula universitaria. En mi investigación, sin embargo, descubrí que a pesar de las bajas habilidades matemáticas, una parte considerable de los hispanos se matricula en la universidad. Según mi investigación, las relaciones con los maestros fueron fundamentales para animar a los estudiantes de nuestra comunidad a matricularse en la universidad.
El Departamento de Educación de los EE. UU. concluyó en su informe del 2016 "Advancing Diversity and Inclusion in Higher Education" que las oportunidades universitarias y la movilidad social disminuyen para los estudiantes minoritarios; es más difícil para ellos aplicar, ser admitidos, inscribirse, persistir en la universidad y finalmente graduarse. Y eso es, si logran llegar a la universidad. Estamos viviendo en comunidades socioeconómicamente aisladas, donde, como escribió Ronald Brownstein del Atlantic en "The Challenge of Educational Inequality", "las disparidades raciales en los resultados educativos siguen siendo imponentes". Esto deja a la juventud latina en una necesidad desesperada de mentores con capital social. Mi historia es típica de muchos estudiantes de primera generación de origen de la clase obrera. Sin padres que entienden la educación superior, o que tienen los recursos para proporcionar apoyo emocional o económico, los estudiantes tienen que resolver todo por su cuenta, a menos que alguien (mentor o mentora) les pueda ofrecer apoyo, como sucedió en mi caso.
Según el Public Policy Institute of California, es probable que enfrentemos una escasez de obreros con educación universitaria para el año 2025. Por ejemplo, se proyecta que los sectores laborales de más rápido crecimiento en California serán la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés) y campos relacionados con la salud. Pero, de acuerdo con un informe de la Campaña Universitaria del 2016, no hay suficientes graduados proyectados en estos campos. Con orientación, oportunidades y financiamiento específico, los estudiantes de familias necesitadas de primera generación podrían llenar fácilmente la brecha en estos campos.
Encontrar maneras de apoyar
Después de casi 20 años de trabajar en esta área, he aprendido que los estudiantes no están definidos por las estadísticas. Ahora trabajo como administradora de éxito estudiantil para una organización innovadora sin fines de lucro. Brindamos apoyo financiero más allá de las subvenciones para las cuales los estudiantes ya califican. También ofrecemos mentores que los ayudan a lidiar con la universidad. Después de que los estudiantes completan su primer año, se les asigna un entrenador de carrera. El proceso no siempre es perfecto; muchos estudiantes tienen que interrumpir sus estudios o cambiar de dirección debido a problemas económicos, conflictos familiares u otras tensiones. Pero mientras más personas haya que apoyen a los estudiantes, mejores serán sus perspectivas.
No siempre tuve claros mis objetivos profesionales. Estaba cegada por apresurarme a terminar la universidad. Mi madre y mi padre terminaron sólo la educación primaria en México, pero siempre aspiraron a más. A pesar de sus bajos logros académicos, trabajaron duro para proveer e inspiraron mi educación. Sin embargo, no estaban equipados para acompañarme en mi trayecto en la universidad. Como resultado, tuve que depener de otros para obtener apoyo. He llegado a comprender el beneficio de una educación universitaria, y mis experiencias han moldeado mi vocación sirviendo en una carrera que fomenta la equidad y el acceso a la educación superior y aun más.
Alma L. Zaragoza-Petty actualmente trabaja en el área de Los Ángeles como especialista en retención de estudiantes de primera generación en la educación superior. Ella es coanfitriona de The Red Couch Podcast, un comentario social y político. Es experta en política educativa y contexto social.
Como ella prefiere el término Latinx, la decisión editorial de usar latinos e hispanos en este artículo fue hecha por Christianity Today .