Ya tenía once años, y todavía no sabía leer

‘¡Le pedí a Dios que me enseñara a leer y lo hizo!’

Christianity Today May 4, 2017
NighOwl / Lightstock

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Bianca Juárez Olthoff es Narradora Principal para The A21 Campaign, Directora Creativa para Propel Women, oradora popular y autora de Play with Fire. Bianca ha pasado los últimos diez años movilizando el pueblo de Dios al lado de su esposo Matt Olthoff, Director Ejecutivo y pastor del Proyecto Europa.

La Dra. Andrea Ramírez, Directora Ejecutiva de la Coalición de Fe y Educación – NHCLC, escuchó a Bianca hablar en la Reunión IF 2017: Reunión sobre el poder de Dios para cambiar vidas. Esta conversación con la Dra. Ramírez relata cómo Dios contestó la oración de Bianca, de once años de edad, de aprender a leer. La repuesta de Dios a esa petición ha abierto puertas a un ministerio internacional como oradora y autora.

¿Cómo formaron su niñez la pobreza y la fe?

Me crie en la jungla urbana del este de Los Ángeles, pero mis padres creían en la oración y en los milagros cuando se trataba de nuestra educación. Comprometido a nuestra familia y comunidad, mi padre, un inmigrante mexicano, dirigió grupos misioneros y trabajó varios empleos para darle de comer a su familia de seis. Mi madre puertorriqueña nos enseñó a todos en casa. Cuando no había comida, con mucha confianza orábamos por comida y Dios proveía.

Cada noche mi padre pedía bendiciones sobre su familia antes de que nos acostara. Al besarnos la frente y apagar la luz, nos decía que éramos bellas y amadas. Así como yo creía en mi padre biológico, sabía que tenía que confiar en mi Padre celestial.

Sabía que Dios me amaba y que tenía un plan para mi vida aunque mi infancia no era tradicional. Toda nuestra familia compartía una casa pequeña, sin aire acondicionado, al lado de un vecino esquizofrénico que vendía drogas desde su patio. Comprábamos en las segundas y en las tiendas que tenían contenedores de gangas. A nuestra casa se metieron a robar varias veces, personas adictas a las drogas buscando robar algo para su próxima necesidad. Pero aun así, sabía que era escogida. Sabía que se me había prometido una vida que era diferente a la que veía.

¿Específicamente, como impactó la Escritura su perspectiva de la vida?

Los hijos de Israel confiaban en las promesas de Dios incluso cuando las situaciones no tenían sentido —así es como mi maestro de Escuela Dominical, el señor Charles, lo explicaba. Bajo el dedo de Faraón, el adorado gobernante de Egipto, los israelitas soportaron más de 400 años de esclavitud. Trabajaron sin parar y fueron maltratados y no valorados. Pero, como nos enseñó el señor Charles, el libro de Deuteronomio detalla la vida de los israelitas, el pueblo escogido por Dios para ser su pueblo elegido.

El ser escogido no necesariamente quería decir estar cómodo. La opresión que sufrieron los israelitas, los abusos que sufrieron, y el abandono que debieron sentir, penetró profundamente sus corazones. Pero esto es lo que sé ahora: el pueblo escogido de Dios clamó a Dios para que los rescatara. Pidieron lo que necesitaban. Empecé a creer que las promesas en la Biblia no eran sólo para gente bonita, pulida y perfecta. Eran para mí también.

¿Y cómo es que esta verdad se aplicó a la vida de una niña de 11 años?

Es fácil verlo ahora; cuando yo clamé a Dios, Él me escuchó. No experimenté un sacudir, ni una luz del cielo, pero sentí algo dentro de mí como lo sentí cuando mi maestro de Escuela Domincal habló sobre la libertad —era un sentir profundo en mi corazón y muy dentro de mis huesos.

A los 11 años era obesa y analfabeta. Oré una gran oración —la más grande oración que esta niña de once años pudo haber hecho. Le prometí a Dios que si Él me daba las palabras, yo le daría mi voz. No tenía idea de lo que eso realmente significaba, pero se oía bonito. Le confesé que no quería ser esa niña tonta y gorda, y creí sencilla y honestamente que Dios podía ayudarme.

¿Cómo contestó Dios su petición?

En los próximos meses, mi mamá quedó sorprendida al ver el cambio repentino en lo que yo comprendía y retenía de la lectura. No me malentienda: no era un genio, pero mi habilidad en la lectura aumentó rápidamente. En las noches me quedaba despierta tarde leyendo con una linterna en la cama, llevaba libros conmigo cuando mi mamá hacía sus mandados, y escogía leer en casa en vez de jugar con los otros niños del vecindario.

Ya que supe que podía leer, me sentí empoderada. Un mundo nuevo se me abrió y descubrí que si lo podía leer, lo podía aprender. El conocimiento se convirtió en poder, y consumía los libros como si fueran pan calientito. Iba a cambiar mi vida. Ya no iba a ser la niña tonta.

¿Cómo cambió esto su vida?

Aunque nuestra madre tomó nuestra educación muy en serio, los métodos formales de la educación no eran su énfasis. Una "hippie" de corazón, mi mamá se basaba en las creencias del Dr. Raymond Moore y su libro: Más vale tarde que temprano. No se preocupaba de los exámenes estatales cuando nos enseñaba utilizando proyectos de arte y experimentos científicos prácticos.

La primera vez que tomamos los exámenes estatales, mi hermana y yo recibimos calificaciones vergonzosamente bajas, sin embargo, no estoy segura de que mi mamá se preocupaba porque sus gemelas de 11 años no sabían leer.

Cuando meses después llegó el momento de tomar los exámenes estatales otra vez, me senté nerviosamente en un pequeño escritorio en un cuarto grande, con otros 40 niños que habían sido educados en casa. Miré a los otros niños en el cuarto y traté de no preocuparme que parecieran más inteligentes que yo. Le pegaba al escritorio con mi lápiz —un escape para mi ansiedad— y oré rápidamente. Desesperadamente, puse lo que había aprendido y el examen mismo en las manos de Dios. Todavía con mis ojos cerrados, escuché a la maestra decir, “empiecen clase”, le pedí a Dios que continuara la obra que había empezado en mí, y empecé con el examen.

Semanas después llegaron los resultados por correo y esperamos a que llegara mi papá para abrir los dos sobres con nuestros resultados. Ansiosamente abrí el primer sobre y les leí los resultados a mis padres. Confundida, mi mama pidió ver la carta para leer ella misma lo que decía. No tan sólo había mejoras en la comprensión y retención, sino que mi nivel de puntuación estaba a la par de los estudiantes en el grado 11. Con mucho orgullo y gozo, mi mamá me dio los resultados y sentí que estaba tomando en mis manos una carta directa de Dios, una prueba tangible de que Dios había escuchado mi oración. Tal como escuchó el clamor de los Israelitas cuando estuvieron oprimidos por los egipcios, Él escuchó a una niña con grandes sueños.

Me di vueltas, descalza en la cocina y le di un gran abrazo a mi sonriente madre diciéndole, “¡Le pedí a Dios que Él me enseñara a leer y lo hizo!” Oí las palabras del señor Charles resonar en mi mente, “Así es. No hay nada que nuestro gran Dios no pueda hacer.”

“Si Tú me das las palabras,” le había prometido, “yo te daré mi voz.” Y allí en esa cocina, dancé en agradecimiento por la fidelidad de Dios y alabé Su santo nombre.

Ese examen reveló su crecimiento en la lectura, y su corazón reveló su crecimiento espiritual. ¿Qué le gustaría compartir con otros estudiantes que se sienten ansiosos a causa de la lectura o los exámenes?

Les diría que oren grandes oraciones —que le pidan a Dios lo que necesitan. Ya sea ayuda con la lectura o las matemáticas o por comida sobre la mesa. ¡USTED le importa, así que pídale ayuda! También animaría a los que luchan a pedir ayuda; no tan sólo de Dios, sino de adultos dispuestos a ayudarles. No hay vergüenza en pedir ayuda. Por último, empiece a mantener prueba de la fidelidad de Dios (¡escriba cómo Dios ha contestado!). Si tiene fecha y tiempo de cuándo Dios suplió su necesidad, le recordará que Él puede y quiere —y lo hará otra vez.

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