Por qué el sexo conyugal es justicia social

No tan sólo es un modelo bíblico sólido—sino también es bueno para que la humanidad florezca.

Christianity Today August 25, 2016
DC Studio / Shutterstock

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Mi esposa y yo recientemente nos encontrábamos comparando notas con amigos que tienen hijos entrando a la adolescencia. Somos navegantes ansiosos alistándonos para el tempestuoso mar. Algunas de estas pláticas han reflexionado en la mejor estrategia para “la plática”—sobre el sexo, noviazgo y matrimonio. Incluso esto ha hecho surgir un tema fundamental para nosotros: ¿Cuál es el fundamento para la enseñanza cristiana sobre el sexo y el matrimonio?

Por supuesto, existe un fundamento bíblico sólido sobre la importancia del matrimonio, desde Génesis 1 hasta Apocalipsis 19. Pero como economista, también estoy interesado en cómo explicar la enseñanza bíblica sobre el sexo y la institución del matrimonio a los millennials hoy. Los economistas como yo están obsesionados con el estudio de instituciones, pero nos preocupamos más por las más sólidas, como las que regulan el capitalismo. Sin embargo, en nuestras demostraciones creativas, nos ocupamos en instituciones más dinámicas como lo son el noviazgo y el matrimonio.

Cuando los economistas estudiamos las instituciones, preguntamos: ¿Qué ha causado que esa estructura le gane a otras? El matrimonio es una institución que se ha levantado independientemente a través del mundo entero en casi toda era civilizada. Pero ¿qué fundamento natural existe, por ejemplo, para favorecer la institución del matrimonio por sobre, digamos, la cohabitación? ¿Qué posible lógica existe en criticar algo tan atrayente como el sexo extramarital? Estas son preguntas que los adolescentes quieren que se les conteste. Se sacrificarán, pero necesitan saber que los sacrificios tienen sentido. Nuestras reglas y normas en las iglesias locales deben presentarse como reglas y normas que conducirán a la prosperidad de nuestros hijos.

Quiero argumentar desde la perspectiva de la ciencia social que la enseñanza de los cristianos sobre el sexo y el matrimonio es mucho más que una regla anticuada que arruina la diversión de adolescentes y adultos. Más bien, detrás del matrimonio yace un tema de justicia social relacionado a las asimetrías biológicas entre hombres y mujeres. El mantener el sexo dentro del contexto de un compromiso para toda la vida crea el fundamento para una relación saludable entre los sexos.

Una forma de hurtar

Desde la perspectiva biológica, ambos hombres y mujeres se preocupan por igual con la reproducción con éxito del gen. Mas existen asimetrías importantes en cómo los hombres y mujeres realizan este objetivo. La ignorancia de estas asimetrías es donde mucho del mal consejo sobre el sexo y el matrimonio principia.

La cultura occidental establecida, por lo general aboga por un tipo de androginia psicológica. Las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres, se argumenta, no son innatas sino son creadas culturalmente. La mayoría de los cristianos rechazan este punto de vista, en parte porque reconocemos la belleza en las diferencias de nuestras psicologías que se originan en parte de nuestras distintas biologías. Biológicamente, las mujeres normalmente dan a luz un hijo a la vez. Como resultado, el interés de la mujer yace en la calidad del hijo y en la salud, protección, y recursos que se necesitan para ayudar a que ese niño crezca. Es posible para los hombres, sin embargo reproducir sus genes a través de reproducir muchos hijos al mismo tiempo con muchas mujeres. Para decirlo francamente, esto le da los hombres un grupo distinto de incentivos en el sexo. Los intereses biológicos de las mujeres están en la calidad de la relación sexual; en los hombres está en la cantidad de la relación sexual.

Por consiguiente, a su nivel base máximo, la relación sexual entre un hombre y una mujer involucra el intercambio de sexo por un compromiso, compromiso de parte del hombre para el bienestar de la mujer y de los hijos que nazcan. Visto desde esta perspectiva, el compromiso de un hombre hacia una mujer con quien ha tenido relaciones sexuales no es una mojigatería; sino es justicia social. Desde una perspectiva biológica, el sexo desprovisto de un compromiso genuino de hombre-a-mujer es una manera de hurtar. A la vez la aceptación social popular del sexo sin compromiso representa una injusticia en contra de las mujeres y de sus más profundos intereses biológicos. La ironía trágica es que la “liberación sexual” patrocinada por algunas feministas seculares no podía haber caido mejor dentro de los intereses a corto plazo, egoístas de los hombres.

La intención de Dios es limitar el sexo a los confines de un compromiso de toda la vida entre un hombre y una mujer porque, cuando menos en el nivel biológico, el matrimonio es una institución que promueve un intercambio justo entre, los algunas veces opuestos, intereses de hombres, mujeres, e hijos. De esta forma, el matrimonio resuelve lo que los teóricos de juego llaman como “dilema del prisionero”—definido como una situación donde la libertad de todos de actuar cuidando su propio interés produce un resultado opuesto al interés colectivo de todos. Resolver el dilema del prisionero requiere facilitar el bien común por encima del interés individual propio. La sociedad que fomenta el sexo dentro del contexto del compromiso de por vida mantiene sus propios intereses colectivos de largo plazo. Cuando una sociedad estimula a la gente a violar esta norma, perjudica sus propios intereses de largo plazo. El matrimonio es una institución dominante en todo el mundo porque, a pesar de todos sus desafíos, es difícil encontrar otra forma de organizar los sexos que haga tan buen trabajo en promover el florecimiento de la humanidad.

Las normas sociales, las expectativas comunes, y los chequeos de la sociedad en la conducta de los hombres han evolucionado en toda cultura para tratar los distintos impulsos biológicos de hombres y mujeres. Casi todo resultado negativo para los niños aumenta estadísticamente sin la presencia de un hombre comprometido en el hogar. Los niños que crecen sin sus padres biológicos no van bien en la escuela. Se desempeñan bastante mal en los exámenes normalizados, tienen peores calificaciones, y creen que tienen menos potencial que los niños que crecieron con ambos padres biológicos. También muestran niveles más altos tanto de timidez como de agresividad que los niños que crecieron con ambos padres biológicos.

Las desviaciones del paradigma del compromiso de sexo de por vida conducen (en promedio) a un grupo de consecuencias que tienen efectos negativos no tan sólo para la pareja sino también para los niños que tengan. En otras palabras: Siga el consejo que el mundo secular ofrece sobre el sexo, y estadísticamente lo más probable es que usted tenga una vida infeliz y que guíe a otros a que también tengan vidas infelices. Siga el consejo de la Escritura, y lo más probable es que usted tenga una vida más feliz, recordando que las relaciones saludables requieren considerable esfuerzo y compromiso para el bienestar de los demás sobre el suyo propio. Desafortunadamente, el compromiso incondicional de la cultura occidental hacia el radicalismo individual y el derecho de hacer lo que queremos (mientras no “haga mal a nadie”) nos ha detenido de ver la sabiduría detrás de los límites tradicionales sobre las relaciones sexuales.

Por qué la cohabitación no funciona

¿Pero no ha cambiado el control natal el argumento a favor del matrimonio? El control natal le ofrece tanto a las mujeres como a los hombres, la oportunidad de practicar las relaciones sexuales sin las consecuencias del embarazo. Así, al menos en un respecto, el control natal han igualado las condiciones del terreno sexual. Pero ya que nuestra biología y emociones están atadas muy cerca la una de la otra, el control natal no siempre mitiga la necesidad de intimidad y compromiso que muchas mujeres desean en una relación sexual, el deseo que probablemente se relaciona a la necesidad de compromiso hacia los hijos y a la vulnerabilidad del embarazo. Los medios de comunicación seculares en recientes años han informado sobre las experiencias negativas que las mujeres tienen dentro de la cultura de “buscar pareja temporal para tener relaciones sexuales” que prevalece en las universidades y después que salen de ellas. Muchas mujeres que están de acuerdo con esta idea del empoderamiento sexual femenino en teoría, no obstante confirman sentirse usadas o emocionalmente heridas por el sexo casual. Aunque la cultura hace lo más conveniente para convencer a las mujeres que el sexo puede ser separado de la intimidad y el compromiso, esto finalmente termina promoviendo actitudes bastante mal alineadas con sus intereses de largo plazo.

En su mejor aspecto, no obstante, el matrimonio hace más que mantener la sexualidad del hombre bajo control. También provee un legado de compromiso que permite a las parejas resolver temas difíciles. Existen temas, por ejemplo, que enfrenta una pareja que tiene un noviazgo en serio o una pareja que vive junta—tal como la elección de una carrera, decisiones financieras, y dónde vivir—que son difíciles de resolver fuera del contexto del matrimonio. Tristemente, hay matrimonios que sí fracasan, pero a una tasa más baja que de los que tienen relaciones menos comprometidas tal como tener un noviazgo en serio y la cohabitación, y a una tasa más baja entre aquellos que no han cohabitado antes del matrimonio.

Incluso a la luz de los fracasos del modelo sexual moderno, los índices del matrimonio parecen estar en descenso, mientras los índices de la cohabitación han ascendido por décadas. Los datos del investigador principal del matrimonio Philip Cohen de la Universidad de Maryland muestra recientes tendencias en la soltería, la cohabitación, y el matrimonio por el US Current Population Survey, y el matrimonio no va bien. ¿Por qué?

Hace algunos años, investigué esta cuestión en un ensayo de investigación publicado en una revistas internacional de ciencias sociales. El incremento en los índices de cohabitación principió en los años 1960, cuando unas cien mil parejas vivían juntas sin estar casadas. El incremento ha sido dramático; hoy existen como unas 7.5 millones de parejas cohabitando. Esto tal vez se deba a un número de factores: la llegada de la píldora anticonceptiva, la legalización del aborto, y la insatisfacción con el matrimonio debido a los incrementos en el índice de divorcio. Sin embargo, encontré que el incremento en la cohabitación tiene más correlación con el incremento de la cantidad de mujeres entrando en el mercado laboral: un incremento de 10 por ciento en la participación en la mano de obra resulta en un incremento del 6.4 al 14.6 por ciento en la cohabitación. En conjunto con los hombres mostrando más interés en cuidar directamente de los niños, esto también crea una situación donde hombre y mujeres no se “necesitan el uno al otro” como cuando el matrimonio llenaba un rol más funcional y económico. Sin embargo, el deseo de compañía e intimidad emocional permanece—por consiguiente el incremento en la cohabitación.

Aunque algunas parejas elijan la cohabitación para sustituir al matrimonio, aproximadamente tres cuartos de las parejas que cohabitan afirman que la cohabitación es un precursor al matrimonio, como un tipo de prueba de evaluación. Sin embargo, los datos muestras que esta estrategia normalmente no funciona. Muchos estudios indican que las parejas que viven juntas antes del matrimonio en efecto tienen más probabilidad a divorciarse después si se casan. Puede ser porque las parejas que cohabitan “se dan un resbalón y caen en él” matrimonio a causa del alto costo emocional de dejar una relación de cohabitación. O puede ser que las parejas establecen pobres modelos relacionales en el contexto del pensamiento más independiente de cohabitación que tiene un efecto prejudicial más tarde en el matrimonio. Sea como sea, la evidencia parece ser que la cohabitación como prueba de evaluación no es muy efectiva.

No tan sólo la cohabitación es inefectiva como prueba de evaluación, en esencia también constituye una injusticia contra las mujeres. Aparte de ofrecer a los hombre un acuerdo socialmente cada vez más aceptable donde el sexo sin el compromiso de por vida es posible, la cohabitación ofrece a los hombres la oportunidad de explotar otras asimetrías entre los sexos en detrimento de las mujeres. Aunque unos datos recientes del Gallup indican que más del 90 por ciento de los jóvenes norteamericanos desean tener hijos y una familia, el plazo para esto es obviamente sin igual entre los sexos. Ya que los hombres pueden tener hijos mucho más tarde en la vida que las mujeres, la cohabitación provee lo que los economistas llaman un “valor de opción” que beneficia a los hombres en comparación a las mujeres. Aquí, el hombre puede cohabitar con una mujer, quizá en sus 30 o 40 años, reteniendo la opción de continuar la relación (tal vez) a través de casarse y tener una familia con su cónyuge, o puede abandonar la relación para posteriormente formar pareja con otra mujer (tal vez una mujer más joven) cuando el reloj biológico de su pareja anterior empieza a caducar.

Además, al incrementar los años de cohabitación entre un hombre y una mujer, el poder varonil dentro de la relación aumenta. Los investigadores que estudian la atracción entre hombres y mujeres encuentran que, en muy grandes rasgos, los hombres tienden a ser atraídos a las mujeres basados en la belleza física; las mujeres tienden a ser atraídas a los hombres basadas en poder, influencia, o en su “mando de recursos,” como lo nombra el psicólogo David Buss. Cuando una relación de cohabitar perdura en una pareja entre los años 30 en adelante, la atracción masculina hacia la belleza física de la mujer puede menguar al envejecer la pareja, pero basado en el típico perfil de edad de ingresos, la capacidad del hombre de “ordenar recursos” es más probable que aumente. A diferencia de la más segura institución del matrimonio, que tiene la intención de desarrollar un compromiso mutuo aun cuando la pareja envejece junta y enfrenta altibajos económicos, la inconsistencia relativa de la cohabitación crea un contexto donde los hombres son cada vez más capaces de ejercer poder sobre las mujeres

Hasta que la muerte nos separe

El simple hecho de pararse en frente de los amigos y familiares y Dios y prometer ser compañeros fieles “hasta que la muerte nos separe” no es una antigüedad trillada del cristianismo. Es sabiduría, belleza, y amor enrollado en una sola institución sagrada que protege, estabiliza y alimenta una relación para toda la vida.

¿Por qué el sexo conyugal es justicia social? Como resultado, podemos confiadamente comunicarle a nuestros hijos que el modelo tradicional del sexo y el matrimonio es apoyado rotundamente no tan sólo por nuestra fe bíblica sino también por la evidencia y la razón. Si queremos comunicar la sabiduría del matrimonio a la siguiente generación, necesitamos articular pacientemente y demostrar lo que da vida, gozo, y felicidad relacional constante. Creamos modelos sólidos del matrimonio para nuestros hijos. Asimismo seamos capaces de articular por qué representa la mejor selección para su relación también.

Bruce Wydick es catedrático de ciencias económicas en la Universidad de San Francisco y también es investigador afiliado distinguido en la Universidad de Notre Dame.

Este artículo fue posible a través de un donativo generoso de la Templeton Foundation.

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