La salud es mucho más que el peso

La salud de nuestro cuerpo no puede ser reducida a una cifra en la báscula.

Christianity Today June 23, 2016
Azamatovic / Shutterstock

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

¿Qué es peor: estar con sobrepeso o estar avergonzado por estar con sobrepeso? En los últimos años, algunos defensores han rogado que tomemos un nuevo concepto al tratar con la obesidad. Argumentan que la vergüenza sobre el tamaño de cuerpo sólo hace que la gente con sobrepeso esté más ansiosa, deprimida, y propensa a los desórdenes alimentarios. Algunos incluso hasta argumentan que la obesidad no es un problema real.

La investigación más rigurosa, sin embargo, aún identifica la obesidad (definida como un alto porcentaje de grasa corporal) como un peligro para muchas enfermedades y muerte prematura. (Cabe señalar que muchos de los que le restan importancia a la obesidad reciben dinero de la Coca-Cola.) Y el exceso de peso no es el único problema. La gente que no come sanamente y no hace ejercicio también está más propensa a las enfermedades como la diabetes, aun cuando su metabolismo le permite mantener un peso normal.

Pero he aquí algunas noticias alentadoras: la investigación sugiere que la gente que cambia su estilo de vida pero no pierde peso (o que sólo pierde entre el 5 y 10 por ciento), aun así, reducen sus problemas de salud si mantienen un estilo de vida saludable. Y esto provee posibilidades para las iglesias locales.

Las comunidades cristianas no siempre han enseñado un punto de vista holístico sobre para qué son nuestros cuerpos. Existe el problema a menudo observado de que raramente predicamos tan fervientemente sobre la glotonería como lo hacemos sobre la inmoralidad sexual. Por supuesto, si el sembrar el temor y el legalismo no funcionan para el sexo, no deberíamos intentar hacerlo funcionar para los alimentos. En cambio, los líderes de las iglesias pueden enseñar que los alimentos y el sexo son para gozarlos tanto como fueron hechos para sustentar vida. Como tal, ambos requieren que adoptemos disciplinas que honren nuestros límites creados.

Además, las iglesias locales pueden tratar aspectos en el centro de la relación no saludable con los alimentos. Muchos de nosotros comemos de más o mal comemos para lidiar con el estrés o la soledad—que a su vez pueden resultar ser tan malas como el fumar. Los alimentos a menudo se usan para lidiar con formas de trauma más graves. Como por ejemplo, las víctimas de abuso sexual están mucho más propensas a la obesidad, al tratar de protegerse consciente o inconscientemente a través de hacerse menos atractivas físicamente. Si los alimentos son uno de los pocos placeres, o medios de protección, con lo que la persona puede contar al momento, no es probable que su conducta cambie a través de sermones o cátedras sobre problemas de diabetes o enfermedad cardíaca.

El animar a alguien a tomar un enfoque saludable a los alimentos, por lo tanto, involucra entender las necesidades emocionales que al presente los alimentos llenan, y encontrar formas de alimentarse mejor, juntos. Esto puede significar proveer cuidado (o referencias) por problemas de salud mental grandes o pequeños; rendir cuentas unos a otros para guardar el día de reposo; y hablar verdades espirituales al dolor que muchos de nosotros cargamos de nuestro pasado. Todas estas sugerencias son de mayor ayuda que directa o indirectamente avergonzar a la gente sobre la medida de su cintura.

Al igual que muchos otros hábitos malos, el comer no saludablemente se alimenta del aislamiento. Es mucho más fácil contenernos de la glotonería cuando compartimos los alimentos. Es lo mismo con el ejercicio: todos deben hacerlo, sin importar su peso, y a menudo es más fácil hacerlo juntos. El buen comer y el ejercicio regular tienen que ver con tomar cuidados de los cuerpos que Dios nos dio, no tan sólo de alcanzar un cierto tipo de cuerpo. Los delgados y los no tan delgados pueden deleitarse con gozo si todos buscamos comer en una manera sana.

Nuestros hábitos alimenticios están cimentados en motivos y decisiones individuales, no obstante hay fuerzas más grandes obrando en lo que comemos. Nuestras preferencias por el azúcar y la sal sin duda son formadas por la gente que hace más dinero cuando consumimos mucho de ello. Un impuesto en las bebidas dulces puede parecer como que la intervención del gobierno ha ido demasiado lejos, hasta que uno considere que eso sencillamente provee un control a los poderosos incentivos comerciales para vender calorías “vacías” sin valor nutritivo. Y los gobiernos locales juegan un papel esencial en formar los vecindarios donde vivimos. El hacer decisiones a escala de cuadras, pueblos, y ciudades enteras marcan una gran diferencia: estaremos más sanos si podemos caminar más a menudo en vez de conducir, y si hay alimentos saludables accesibles para las personas que al presente no los pueden obtener.

El error principal de una sociedad tecnócrata es de obsesionarse con las cifras—libras, calorías, porcentajes, pasos diarios—en vez de abordar los motivos y deseos de las personas detrás de las cifras. Sin embargo, el cuerpo de Cristo nos puede pedir cuentas, no principalmente por la forma en que nos vemos, sino más bien por la forma en que cuidamos de nuestros cuerpos.

Matthew Loftus enseña a obreros de salubridad y ejerce medicina familiar en el Sudán del Sur con su familia (MatthewandMaggie.org).

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