John Danforth: Yo no estoy absolutamente correcto, y tú no estás absolutamente equivocado

El ex senador y embajador a las Naciones Unidas dice que la gente religiosa debería ser las voces delanteras para efectuar concesiones políticas.

Christianity Today October 26, 2015

Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Los norteamericanos están vehemente divididos en una multitud de asuntos políticos y culturales. John Danforth lamenta que la religión a menudo ha sido utilizada para intensificar nuestras divisiones en vez de buscar el bien común. En The Relevance of Religion: How Faithful People Can Change Politics (Random House), el ex sacerdote episcopal, senador republicano, y embajador a las Naciones Unidas argumenta que las comunidades de fe pueden restaurar el espíritu de civilidad a nuestros largos desacuerdos. Jake Meador, escritor principal de Mere Orthodoxy, conversó con Danforth sobre las posibilidades—y dificultades—del activismo religioso.

¿Qué quieres decir cuando te refieres al “lugar apropiado” de la política?

La política no es el ámbito de, “Yo estoy absolutamente correcto y tú estás absolutamente equivocado.” Es el arte de hacer concesiones. Depende en civilidad y nivel de paciencia interpersonal. La gente que practica la política tiene que demostrar un nivel de respeto a sus adversarios. El poner a la política en su propio lugar significa que no es, usando el lenguaje de Paul Tillich, asunto de “máxima preocupación.”

Tú estimulas a los creyentes religiosos que participan en la política a trabajar por el bien común. Sin embargo, una lección de los recientes debates sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo y los videos de Planned Parenthood es que distintos grupos tienen diferentes ideas de lo que es el bien común. ¿Cómo podemos buscar el bien común cuando no estamos de acuerdo en lo que es?

Las personas que están a favor de la vida y tienen puntos de vista tradicionales del matrimonio a menudo piensan que sus creencias no son políticamente viables, particularmente desde que la Corte Suprema ha decidido esos casos. Puede ser, sin embargo, que la mejor forma de avanzar esas posiciones es en la sociedad en general, en lugar de presionar al gobierno.

En el libro, menciono a Loretto Wagner, mujer de St. Louis que recientemente falleció. Ella fue gran defensora a favor de la vida (contra el aborto) que hizo impacto en su comunidad a través de crear relaciones con ciudadanos que están a favor del derecho de la mujer de escoger abortar. Esto resultó en algunos logros constructivos, prácticos, en áreas como embarazo adolescente y ayuda a mujeres embarazadas. Si tú estás peleando una batalla que fracasará políticamente, es bueno reflexionar sobre dónde podrás mejor avanzar tus valores.

Pero sobre el aborto, ¿Qué con respecto a la onda de restricciones a nivel estatal que hemos visto promulgadas? ¿No sugiere esto que el progreso político es posible?

No pienso que un asalto frontal a Roe vs. Wade tiene oportunidad de triunfar. Pero hay reformas incrementales que aun los más ardientes defensores de la vida podrían respaldar, especialmente limitando el acceso al aborto en la segunda mitad del embarazo. En general, sin embargo, yo promovería formular el caso moral sobre la santidad de la vida y asumir que el aborto, por ley, seguirá disponible.

¿Cómo puede la religión ayudar a fortalecer los lazos comunitarios en una sociedad fragmentada?

En su libro American Grace, los científicos sociales Robert Putnam y David Campbell miran una gran relación entre participar en una congregación religiosa y estar bien relacionados con la comunidad. No es asunto de teología, liturgia, o calidad de predicación; sencillamente tiene que ver con estar presente, ser parte de la comunidad fiel.

Con la separación geográfica, el automóvil, y la habilidad de viajar grandes distancias para asistir a la iglesia de preferencia, es esencial para las congregaciones enfatizar las cosas que desarrollen comunidad: no sólo adorar sino también estudio bíblico o bingo en el sótano de la iglesia.

¿Tienen los cristianos evangélicos, a diferencia de la gente religiosa en general, algo especial qué contribuir a la política?

Los evangélicos tienen una fe activa y se inclinan a ser activos en el ámbito público. Ellos tienen gran conocimiento de la Biblia como la Palabra de Dios, pero ultimadamente entienden que la fe se relaciona con todo lo que es la vida, la política no es religión.

A Wendell Berry una vez se le preguntó si él sentía que estaba de pie enfrente de la locomotora de la historia, agitando sus brazos y gritando “¡alto!” Él contestó “puedes hacer eso muy cómodamente si estás dispuesto a ser atropellado.” ¿Cómo puede la religión darnos resistencia frente a la fealdad partidaria?

La gente fiel tiene que volverse mucho más activa, pero mi entendimiento de “acción” es distinta de los activistas en ambos lados—los de Derecha y los de Izquierda. El activismo no es acumular cuestiones polémicas. Es sobre decir, “Hagamos que el gobierno funcione.”

Una vez tuve una conversación con un senador que recibía entre 30,000 y 40,000 piezas de correspondencia cada mes. Un mes, el despacho investigó cuántas de esas cartas exigían concesiones. La respuesta fue: casi ninguna, menos de 100.

La creencia popular entre muchos políticos es, “No hagas concesiones, o serás desafiado en las elecciones primarias.” Las voces más fuertes, más insistentes dicen, “Estamos en el lado correcto, y todos los demás están equivocados, así que no cedas en lo más mínimo.”

¿Dónde están las otras voces? La gente de fe debería ser la voz que afirma que la política no es absoluta, y que no estamos en esta tierra sencillamente para arrebatar tanto como se pueda.

El discurso inaugural de John F. Kennedy pasó hace como medio siglo. ¿Quién nos dice hoy “pregúntate qué puedes hacer por tu país”? En general, los políticos hablan de que somos “nosotros contra ellos.” Mi esperanza es que la religión pueda restaurar en la política el sentido de los lazos que nos unen los unos a los otros.

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