Esta traducción fue publicada en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).
A veces un pequeño libro puede hacer una gran diferencia en la forma en que la gente piensa sobre lo correcto e incorrecto.
La novela de Harriet Beecher Stowe de 1852, “La cabaña del tío Tom,” afectó profundamente la forma en que los norteamericanos blancos percibían la esclavitud. Diez años más tarde y a través del Atlántico, Henry Dunant publicó otro libro revolucionario, Un recuerdo de Solferino: sus relatos presenciales cuentan de la secuela de una de las más sangrientas batallas de Europa.
El libro de Dunant es leído raramente hoy. Pero si usted se indigna cuando caen bombas, cohetes o proyectiles de artillería en hospitales, escuelas y lugares de culto, usted puede identificar la huella de Dunant en la suposición de que estos deben ser lugares seguros.
Dunant era un inversionista suizo que trabajaba en Argelia. No había podido obtener tierra y derechos de agua de las autoridades coloniales, por tanto apeló directamente al Emperador Francés Napoleón III.
Pero el Emperador estaba tratando de liberar el norte de Italia de la dominación Austríaca. Cuando Dunant llegó a Solferino—el cuartel general de Napoleón—el escenario estaba lleno de soldados muertos, moribundos y heridos. Sorprendido por la magnitud del escenario, dado que los dos ejércitos estaban completamente desprevenidos para enterrar a sus muertos, consolar a los moribundos, o atender a los heridos. Sus hospitales de campaña y suministros médicos eran lamentablemente inadecuados. La compasión por los enemigos heridos también era escasa: ambos ejércitos les disparaban o usaban sus bayonetas en su contra.
Dunant era un organizador natural. Cuando era adolescente, formó un grupo de estudio bíblico que trabajó con los pobres. A los 22 años, fundó el capítulo de Ginebra de la Unión Cristiana de Hombres Jóvenes (paralelo al YMCA inglés y americano). Cuando algunos planeaban crear una federación europea de YMCAs, él argumentó en cambio por una federación internacional. Así, a los 25 años, se trasladó a París para representar a Ginebra en la primera convocatoria internacional del YMCA.
Dunant utilizó sus dones organizativos en Solferino. Se apoderó de la iglesia más grande en un pueblo cercano, organizó a los heridos para atenderlos con máxima eficiencia, compró un gran cargamento de tela para usar como vendas, y convenció a las mujeres locales para cuidar de los heridos. Incluso les inspiró a dejar de lado su odio hacia el enemigo. Tutti fratelli (“Todos somos hermanos”) se convirtió en su lema.
Pero si se iba a atender a los heridos y a aliviar su dolor, Dunant sabía lo necesario que era proteger al personal médico, a los capellanes y a los hospitales de campaña. Antes de Solferino, los médicos eran considerados parte de uno de los bandos. Dunant propuso que los ejércitos enemigos consideraran a los médicos neutrales y trataran las instalaciones médicas como zonas seguras. Antes de Solferino, nadie ayudaba a enemigos heridos por temor a que estuvieran haciéndose pasar por heridos con el fin de apuñalar a cualquiera que se les acercara. Dunant creía que los médicos debían ayudar a los heridos, independientemente del lado al que representaban en la batalla. Antes de Solferino, el cuidado de los heridos era una idea de último momento. Dunant propuso la formación de una organización internacional para coordinar el personal médico y los suministros en tiempos de guerra.
El libro de Dunant despertó el entusiasmo popular. En 1863, justo un año después de que lo publicó, él y cuatro amigos convocaron a representantes oficiales de 16 países, que estuvieron de acuerdo en los puntos clave de la visión de Dunant. (Inspirado en la Proclamación de Emancipación, le pidió al presidente Lincoln que enviara un representante. Lincoln, sintiendo que su posición política era precaria, envió un observador en su lugar). Al año siguiente se reunieron de nuevo y redactaron formalmente la “Convención de Ginebra para el alivio de la condición de los heridos en los ejércitos en campo de batalla.” Como su símbolo, adoptaron una cruz roja sobre un fondo blanco.
En la actualidad, 196 países son firmantes de la Convención de Ginebra y sus elaboraciones posteriores. La Cruz Roja y organizaciones paralelas (la Media Luna Roja y Magen David Adom) están activas internacionalmente no sólo en situaciones de emergencia relacionadas con la guerra, sino también en los desastres naturales.
Dunant tuvo más éxito como visionario social que como hombre de negocios. En 1867, perdió su fortuna y se declaró en quiebra. No fue sino hasta 1895 que un periodista de vacaciones en los Alpes descubrió a Dunant viviendo en un albergue para personas mayores. El periodista trajo a Dunant de nuevo a la atención del público, y en 1901, el Primer Premio Nobel de la Paz fue otorgado a este visionario cristiano.
Nosotros podemos llamar fácilmente a los cuatro Convenios de Ginebra la revolución de Dunant. Se han multiplicado la lista de tabúes de guerra. Dunant entendió que todas las guerras son grandes tragedias humanas. Él tenía la esperanza que al atender a todos los heridos y moribundos, amigos y enemigos, las naciones aprenderían la verdad que habían descubierto en Solferino: Tutti fratelli. Todos somos una familia.
David Neff es el ex editor en jefe de la revista Christianity Today.