El arte perdido del compromiso

Por qué le tenemos miedo, y por qué no deberíamos tenerlo.

Christianity Today April 17, 2013

Este artículo fue publicado en colaboración con la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispano (NHCLC, por sus siglas en inglés).

Ciertas características son tan intrínsecas al Cristianismo que descuidarlas es convertirse en un oxímoron o una contradicción absurda. Un cristiano sin compromiso es una contracción absurda. Por esa razón me perturbé tanto cuando un amigo compartió conmigo la declaración que hicieron algunos candidatos a la presidencia de una universidad cristiana. Cuando les preguntaron, "En los últimos 20 años ¿qué es lo que más ha cambiado entre los jóvenes que ingresan a la universidad? Todos los candidatos respondieron que los adultos jóvenes de hoy están menos dispuestos a comprometerse con alguien o comprometerse a algo.

Ya sea que hablemos de la profesión, del matrimonio, o de la fe, hay estudios que respaldan la observación que hicieron estas personas. En el 2008 más de la mitad de las personas entre la edad de 20 a 24 años habían estado en su empleo actual menos de un año. Aunque la recesión ha aminorado esto hasta cierto punto, los adultos jóvenes continúan titubeando cuando se trata de responder apasionadamente a un llamamiento. De acuerdo a los datos del censo en los Estados Unidos el matrimonio, muy en especial, ha sufrido en esta área; los jóvenes adultos, más que nunca, se están casando a una edad más avanzada. El documental titulado "La siguiente generación" trasmitido en el 2006 por la cadena televisiva PBS (emisora pública), reveló el por qué de este fenómeno: un deseo de experimentar la aventura, de poder avanzar en su profesión, y la tendencia a prolongar la adolescencia. La falta de compromiso también está afectando fuertemente a la religión. Los estudios sugieren que la generación del iPod está eligiendo cuales aspectos de la fe les agradan para adoptarlos y así crear su lista (su menú personal) de asuntos espirituales que les apetece seguir.

Es alarmante la falta de disposición a comprometerse entre los adultos jóvenes de hoy, claramente estamos viendo brotar los frutos de las filosofías de los años sesentas y setentas. En 1979, el sociólogo Robert Bellah condujo extensas entrevistas para llegar a entender cuáles "hábitos del corazón" definían al estadounidense promedio. Muchos no poseían un sentido de comunidad o de obligación social. Veían al mundo como un lugar fragmentado, con libre albedrío y libertad, pero que producía poco significado o confort. Y hasta parecía que habían perdido el lenguaje que expresa compromiso hacia cualquier cosa, excepto hacia sí mismos. Bellah le llamó a esto "individualismo ontológico", la creencia de que el individuo es la única fuente de importancia. Bellah observó cómo esta actitud, con el tiempo, podría deshilar las fibras que unen tanto la iglesia como la sociedad. Desde entonces hemos visto una marcha casi ininterrumpida de la sociedad hacia un enfoque egocéntrico, lo cual ha afectado a todas nuestras instituciones, pero muy en especial, ha paralizando el trabajo, el matrimonio y la familia.

Sin compromiso, los bloques básicos que forman una sociedad, simplemente se corroen. Cualquier sociedad sensata debe enfrentar este problema educando a las personas, enseñándoles que el compromiso es la esencia de las relaciones humanas.

Por lo menos, necesitamos enseñar esto en nuestras iglesias. ¿Cómo puedes convertirte en cristiano sin morir tú mismo y sin comprometerte totalmente con Cristo Jesús?

Pero más allá de las implicaciones para la sociedad en general, aún más allá de la necesidad obvia del compromiso cristiano, cuando nos negamos a comprometernos, nos estamos perdiendo uno de los gozos más grandes de la vida. Cuando nos obsesionamos con nosotros mismos, perdemos el significado de la vida, el cual es conocer y servir a Dios y conocer y servir a nuestro prójimo también.

Esta realidad se dejó ver en el reporte titulado "Programados para conectarnos" que se publicó en el año 2003, en el cual 33 científicos investigaron la relación entre el desarrollo humano y la comunidad. Esta investigación reveló que estamos biológicamente predispuestos para encontrar significado a través de las relaciones humanas.

Después de vivir por ya casi ocho décadas, yo puedo ser testigo de esta realidad. Mi único y más grande gozo es entregarme a otros y como recompensa verlos crecer. Esto no se puede experimentar sin un compromiso. Aprendí esto por primera vez en nuestro hogar cuando observé a mis padres cuidar de mis abuelos moribundos. Ésta es una costumbre que ya se ha olvidado desde hace tiempo, porque hoy en día, este tipo de cuidado se contrata y delega a otros. Más tarde lo observé también en la Marina. No puedes ir a combate, comandando a 45 hombres, si no están comprometidos los unos con los otros. Si el hombre que está a tu lado no te protege la espalda, vas a morir.

Éste es un punto que sobresale en el excelente libro titulado Joker One, escrito por Donovan Campbell en el año 2010. Debería requerirse que todo cristiano lea este libro, dado el nivel de compromiso que manifiesta el pelotón de esta historia – Campbell lo llama tener amor los unos por los otros – esto es lo que necesita suceder en las iglesias. Y por último, lo puedo ver en esta etapa de mi vida, donde mi más grande recompensa es ver a los ex convictos restaurados y ver a las personas a las que he discipulado llegar a entender la fe en su plenitud.

Al abandonar el compromiso, nuestra cultura narcisista ha perdido lo que busca desesperadamente: la felicidad. Sin compromiso, nuestras vidas individualistas serán áridas y estériles. Sin compromiso, nuestras vidas carecen de significado y propósito. Después de todo, si no hay nada por lo que valga la pena morir (como proclamaban los manifestantes contra la guerra de los años sesentas), entonces tampoco hay nada por lo que valga la pena vivir. Pero con el compromiso viene el florecer de la sociedad (el llamado, el matrimonio, la iglesia) y el florecer de nuestros corazones. Es la paradoja que muchas veces Cristo compartió cuando nos invitó a venir y morir para así poder vivir verdaderamente.

Charles Colson fue el fundador de Prison Fellowship Ministries, un ministerio de alcance a convictos, a víctimas de crímenes, y a oficiales de justicia. Colson se convirtió antes de ser acusado por cargos relacionados a Watergate y llegó a ser una de las voces de mayor influencia dentro el pueblo evangélico. Sus libros incluyen Born Again y How Now Shall We Live? Sirvió como columnista de Christianity Today desde 1985 y falleció en 2012.

Traductora: Ruth M. Tamez

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